5 razones para querer y odiar a tus vecinos
‘La que se avecina’ cumple diez años de emisión y nos hemos puesto ñoños. Diez años en los que nos hemos sentido identificados con las simpatías y desacuerdos de un bloque de vecinos que verifica que, en un edificio cualquiera, uno siempre se vuelve un poco loco. A nadie le faltan razones para odiar al inquilino contiguo, pero tampoco para amarle. Porque, como ocurre en ‘La Colmena’, aunque sea de forma indirecta, nuestras vidas se entrelazan con las de nuestros aledaños casi inevitablemente.
Empezamos por lo bueno, hombre ya.
1. Ábreme la puerta, por favor
Un vecino puede salvarte la vida en más de una ocasión. Por ejemplo, cuando tiene una copia de tu llave. ¿Cómo es ese momento en el que sales de casa con dos bolsas de basura, el perro y el paraguas, le pegas un empujón a la puerta con el pie porque ya no te quedan manos y cuando oyes ¡plás! te das cuenta de que te has dejado las malditas llaves dentro? Terrible, horroroso, un bajón. ¿Y el alivio que sientes cuando, en vez de llamar a un cerrajero que te va a sacar la sangre, haces toc toc en la puerta de tu vecino, que te abre porque está en casa y tiene tu llavero de repuesto? Pues eso es igual que ver a Dios. Como mínimo.
2. Ama a tu vecino como a ti mismo
Una de las cosas más prácticas que te pueden pasar es que te enamores de uno de tus vecin@s (y que el amor sea recíproco; si no, ya te puedes mudar). En estos tiempos modernos, en los que los trabajos nos absorben tanto y las agendas son tan difíciles de cuadrar (a lo Up in the air), no hay nada más factible que una relación vecinal. Te ahorras: traslados, fatigas, líos de ropa y discusiones sobre si en tu casa o en la mía porque puede ser, primero en tu casa... y luego en la mía. Y que haya paz (y salami en la nevera).
3. Radiopatio forever
Por mucho que a los sociópatas nos guste imaginarnos viviendo en medio de la nada (hay quien por estar solo vivió hasta en un tonel, veáse Diógenes), y si hacemos caso de la sabiduría de Rousseau, hemos de reconocer que somos seres sociales. Sociales y cotillas. En una comunidad de vecinos nunca falta algo de lo que hablar. De lo que hablar mal, claro, pero hablar al fin y al cabo. Uno se aficiona al radiopatio como a otro medio de comunicación cualquiera.
4. Hoy no, gracias
El problema llega cuando tienes un mal día. Uno de eso días en los que no quieres que nadie te hable, te roce, ni te mire. Ahí es cuando estás acabado. Porque, o no sales de casa en absoluto (cosa difícil cuando se tienen responsabilidades fuera) o te va a tocar, saludar a doña Pepita, comentar el tiempo con Juan, y aguantar a más de uno que te pregunte “¡Hombre! ¿Qué tal?”. ¿Y qué le contestas? “¿Fatal?”, “¿Cómo un carajo?, “¿Infernal?”. Pues no. Por desgracia, tienes que cortarte y fingir felicidad que, si no, luego lo cascan.
5. Silencio, se ruega
Pero lo peor, lo peor, de vivir rodeada de gente a la que, en el fondo, (no te engañes) no le importa tu bienestar más que el suyo, es que no te dejen dormir. Esa aspiradora a las siete de la mañana, que no son horas de limpiar, señora; ése mover muebles porque sí (como Fina), esa música a las tantas de la madrugada, esa televisión a un volumen indecente, ése taladro a la hora de la siesta… ¿Eso? Eso no tiene perdón. Pero venganza...oh, sí. Venganza, sí.