Un año de la erupción en La Palma: el olor a azufre sigue impregnando la zona del volcán
La vegetación empieza a revivir un año después de la erupción del volcán en La Palma
La ceniza del volcán llegó también a El Hierro, Tenerife, La Gomera y Gran Canaria
Las cifras del volcán de La Palma al año de su erupción
En el punto más cercano para poder ver el volcán de La Palma, a 400 metros de distancia, el olor azufre todavía se nota un años después. Desde esa altura se pueden ver varios cráteres y cómo los pinos canarios poco a poco se van recuperando, con brotes verdes que resurgen entre las cenizas.
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Con un índice de explosividad 3, el 'Tajogaite' llegó a generar un total de 8.652 terremotos durante la erupción, el más intenso uno de magnitud 5,1 a una profundidad de 36 kilómetros, pero semanas antes, en pleno 'enjambre sísmico', se localizaron 1.400.
La ceniza, muy intensa durante todo el proceso, llegó también a El Hierro, Tenerife, La Gomera y Gran Canaria y el aeropuerto de la isla estuvo inoperativo casi diez días.
La erupción deja secuelas en los palmeros
Un año después de la erupción volcánica en La Palma las consecuencias psicológicas se han dejado sentir en buena parte de los afectados con sintomatología ansiosa-depresiva, problemas del sueño, pensamientos negativos y rumiantes o problemas de convivencia.
La población adulta expresa su deseo de tener una información fiable, muestra su resentimiento por la demora administrativa, lo que les genera frustración y falta de confianza para aceptar la nueva situación.
Así lo destaca el Colegio Oficial de Psicología que entre marzo y junio puso en marcha el programa 'Ponle Nombre al Volcán', un proyecto financiado por la compañía Naviera Armas Trasmediterránea con el objetivo de trabajar las emociones y las experiencias vividas a raíz de la erupción del volcán.
Tanto niños como jóvenes y adultos reflejan la necesidad del acompañamiento psicológico cuando se vive una catástrofe de estas características, el valor de la intervención en la emergencia y después la importancia de validar las emociones (miedo, angustia o tristeza) y la reconstrucción comunitaria.