Vergüenza, el estigma de los contagiados de COVID-19 que duele más que las secuelas de la enfermedad
Cataluña, Madrid, Andalucía o el País Vasco tienen ya asociaciones de "covid persistentes"
Las cifras oficiales de la pandemia de COVID-19 en España son solo la punta del iceberg. Por debajo, sin contabilizar, hay miles de ciudadanos que han sufrido los efectos del SARS-CoV-2 y que han pasado la enfermedad recluidos en sus domicilios. Muchos de ellos llevan meses sufriendo secuelas que no acaban de desaparecer y que marcan su día a día con fiebre, falta de oxigeno, dolor de cabeza, trombos, hematomasfiebrefalta de oxigenodolor de cabezatromboshematomas o un agotamiento constante que les hace imposible llevar una vida normal. Pero hay otra secuela aún peor: la estigmatización, el miedo o la vergüenza a reconocerse con enfermos ante una sociedad que les rechaza como los nuevos apestados.
Beatriz Fernández y Raquel Carretero son dos enfermas de COVID-19 que han decidido dar la cara y luchar contra todas estas secuelas, incluidas las de la vergüenza. Junto a otros grupos de personas en Cataluña o el País Vasco han puesto en marcha en Madrid y Andalucía colectivos que luchan por dar visibilidad a personas que han padecido la enfermedad pero que siguen mostrando secuelas y daños orgánicos que no están controlados por ningún protocolo sanitario específico.
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Las dos llevan padeciendo meses síntomas que no acaban de irse. A Beatriz no le abandona una faringitis persistente que no cede ante el bombardeo de antibióticos y que le ocasiona una febrícula constante que la mantiene agotada. Raquel hace tres meses que no recupera su temperatura normal que no baja de los 38 grados.
Las dos representan a muchos enfermos que se consideran "covid persistentes" porque las secuelas no les abandonan. Como Beatriz, notan que "los médicos no saben por qué seguimos con síntomas o secuelas". Han leído algunas investigaciones recientes que especulan con la posibilidad de que "pueda quedar un reservorio del virus en nuestro cuerpo que no es detectado por los análisis". También han oído que puede ser "el resultado de una respuesta inmune que crea un proceso inflamatorio en el cuerpo y esa respuesta inflamatoria tarda en tiempo en irse dejando este tipo de secuelas".
Sea lo que fuere se sienten desamparados por un sistema sanitario incapaz de darles una respuesta. No quieren que su reclamación sea una crítica a aquellos que dan dado su esfuerzo e incluso su vida por ayudarles pero creen que es necesario crear un protocolo que vigile a estos pacientes y a sus secuelas haciéndoles un seguimiento y evolución de sus dolencias.
Algo que les ayudaría a superar el miedo y la incertidumbre que llega cuando pasan los días y las semanas y los síntomas no acaban de irse y se quedan ahí cronificados. "Esperas que llegue el día en el que empieces a mejorar, pero eso no ocurre, explica Beatriz, notas que no avanzas cuando deberías estar curada y eso lo nota tu entorno".
Es lo que describe como "semanas de incertidumbre y frustracion que me dejó al borde de la ansiedad. Y ahí sí que lo pasas mal, porque no sabes si puedes salir a la calle dos meses después, no sabes si puedes encontrarte con tus amigos o abrazar a los tuyos porque sigues con fiebre y no sabes por qué la tienes".
Este miedo y esta incertidumbre alimentan también el desconocimiento de los que te rodean. Cuenta Raquel desde Sevilla que "hay gente que cree que les van a tratar como apestados. Hay personas a las que hemos pedido fotos o testimonio de su situación y no han querido exponerse".
"Se trata de una realidad muy dura, señala Raquel, porque son personas que llevan tres meses ocultando su enfermedad a la familia porque presentan secuelas y lo llevan en secreto. Y lo están viviendo en soledad por miedo a que los suyos les rechacen".
Tanto Belén como Raquel creen que este es un fenómeno que se nota más en Andalucía que en el resto de regiones en las que se están organizando como es el caso de Cataluña o el País Vasco. "Conocemos los dos casos, aseguran ambas, el del enfermo que no quiere decírselo a su familia para no preocuparles y los que se lo han dicho y están siendo rechazados".
Cada día, Raquel y Belén oscultan su cuerpo con la esperanza de no tener nuevas secuelas o de ver desaparecer las que padecen. Mientras llega ese momento esperan que la unión de todos los que se encuentran en una situación similar ayude a la Administración a elaborar nuevos protocolos que les permita una atención especializada y recuperar una calidad de vida que perdieron hace tres meses con la llegada a España de la pandemia.