Madrid año 1985, Fernando y Paloma son dos jóvenes enamorados con un futuro prometedor. Después de dos años de relación se trasladan a una base militar en Murcia. Tienen dos hijos, Luis Fernando es el segundo. Se da cuenta de que su mujer tiene desatendidos a sus hijos y está tumbada en la cama sin hacer nada, intenta ejercer de padre y madre, les dedica todo el tiempo que puede. Ve cómo su hijo se va interesando por el arte, la historia y el deporte. Intenta crear un clima bueno en casa pero las discusiones son diarias, sufre porque sus hijos están presenciando cómo se rompe poco a poco.
Para salvar su matrimonio, Fernando propone volver a Madrid para estar cerca de la familia. Pero la tregua allí con su mujer dura poco, está desesperado y no puede evitarlo, no sabe cómo actuar y sufre por sus hijos. El día de la comunión de los niños es el peor día, contempla la fiesta como un espectador, sabe que es la última vez que va a ver esa imagen.
Fernando se lo piensa y cree que lo mejor es separarse, hace muchos años que no es feliz con su mujer. Sabe que el divorcio supone alejarse de sus hijos, que son lo que más quiere en el mundo. Rehace la vida con otra mujer y pide el traslado a Morón de la Frontera. Reclama como padre el derecho a ver a sus hijos. Ahí empiezan los problemas con su mujer, que dice a los hijos que su padre se ha ido con otra y les ha abandonado.
Llega un momento que apenas le ve, no le abren la puerta, su hijo incluso huye de él en la calle. Con su hija sí habla, pero cuando le pregunta por él le pide que deje a su hermano. Fernando tiene depresión e incluso le han incapacitado para ejercer su trabajo.