Los acontecimientos se sucedían sin prisa pero sin pausa, amontonándose unos sobre otros hasta provocar el terremoto final. Primero, la música, los brebajes y el bailoteo hacían efecto y los jóvenes acababan arrejuntados en "un mal" misionero sobre el suelo del baño, escondidos de las cámaras (o casi, porque las piernecillas del galán quedaban encuadradas) y de las miradas curiosas (o casi, porque Gerardo abría la puerta y les pillaba de lleno).
Nada de vida en común fuera
Una mala postura que se encadenaba a una conversación decepcionante para la malagueña. Tumbados en la cama, ella sugería medio en serio medio en broma que por qué no compartían un apartamento al salir. "¡Indhira, un poco de racionalidad!. ¿Qué pintamos tu y yo en el mismo apartamento cuando salgamos?. No puedo liarme, tengo que estar centrado en mi, tengo muchas cosas que hacer. Discúlpame que sea tan frío, pero ¿qué ibas a hacer con un tío tan viejo como yo?".
La joven tragaba saliva y asentía. "Espero que tengamos una amistad de esas para siempre", seguía él, "pero que no te enfades si me follo a Miss España 2007, 2008 y 2009", bromeaba. Nuevo capa pre-terremoto.
Nada de habitación cumún dentro
El punto álgido llegaba con un cambio de habitación. Ella quería pasar a la de él, y Arturo se negaba para luego negar que se hubiese negado. "¿Has dicho que si yo voy tú te vas? ¡Como si yo fuera una pesada!", pataleaba Indhira.
"Que no. No sé porqué hablo contigo, eres una ridícula. No te me subas. Estás chalada. Estas mierdas me recuerdan por qué estoy soltero", hilvanaba él. "Cuando me enfado, me pongo en plan prepotente y estoy harta", contraatacaba ella a modo de disculpa (o no).
"Ahora no te quiero en mi misma habitación, porque me caes mal. Eres una niñata", seguía él, para rematar del todo con una descomunal frase que se unía con todo lo anterior hasta hacer moverse los cimientos de su romance en Guadalix: "No necesito esto, para luego estar echando malos polvos en una esquina".