David Seijas no es un sommelier al uso. Lo fue durante muchos años, pero hace ya varios que no bebe alcohol, ni una gota. Sin embargo, eso no logró apartarle de su gran pasión: seguir encontrando el vino perfecto para los clientes. Las duras jornadas de la hostelería le llevaron a caer en la adicción al alcohol, que narra en el libro ‘Confesiones de un sommelier’, y de la que logró salir. Así, Seijas se ha convertido en uno de los más conocidos no solo por su técnica, pide una escupidera y no bebe el vino, sino porque fue el último sommelier de El Bulli antes de su cierre.
El experto en vinos guarda, a pesar de su adicción, un gran recuerdo de aquellos 12 años de estrés y disfrute en El Bulli, más aún al haber sido su sommelier hasta el último día. “Siento gratitud, que soy uno de los elegidos, la felicidad de haber estado hasta el 30 de junio de 2011, hasta la última cena. Me lo voy a llevar para toda la vida”, nos cuenta sobre aquellos días finales.
Durante aquellos años pudo trabajar mano a mano con Ferrán Adrià, del que aprendió “que siempre hay otra mirada, si quieres innovación hay que estar dispuesto al cambio, incluso con mis adicciones”. Precisamente en ellas el chef tuvo un papel crucial, ya que Seijas recuerda cómo pudo volver a conectar con el mundo del vino porque Adrià fue una gran inspiración para él. “Me enseñó que había diferentes inteligencias y formas de ver el mundo”.
De Ferran Centelles, con quien más compartió durante aquellos años, sigue aprendiendo cada día para ser un mejor sommelier, pero sobre todo destaca que le enseñó a “ser humilde, buena personas y profesional y mejor compañero”.
Al final con ellos y con todo el equipo compartió más de una década de su vida y recuerda cómo fue víctima de más de una novatada, especialmente en sus inicios. Una a las que más cariño le guarda fue cuando unos clientes quisieron llevarse una botella de champán a casa y sus compañeros le avisaron de que debía ir a despertar a Juli Soler, socio de Adrià y director del restaurante, para que le diera unas copas de plástico. “Era todo una broma. No quieras saber su cara cuando le desperté de madrugada”, recuerda entre risas.
A lo largo de todos esos años tuvo la oportunidad de atender a miles de personas, unas anónimas y otras famosas que no querían perderse la oportunidad de sentarse en el considerado mejor restaurante del mundo durante varios años.
“Me hacía ilusión atender a todo el mundo por igual, había gente que ahorraba durante mucho tiempo para poder venir”, dice Seijas sobre la cantidad de personas que planeaban con ansias su visita a El Bulli para poder catar al menos una vez en su vida sus platos. Sin embargo, también admite que siempre hay personas que marcan más que otras y recuerda especialmente que le hizo una gran ilusión atender a Robert de Niro y a Sigourney Weaver.
No obstante, la anécdota que más recuerda (y según él la más extraña) fue en los últimos años de El Bulli, cuando una persona fue a cenar sola. “Cuando acabó de cenar dejó su sombrero y su libreta para salir a pasear, pero pasaron las horas y no volvía. No lo hizo. Llegamos a pensar que se había caído por un acantilado”, rememora el sommelier.
Eso sí, aquel comensal seguía vivito y coleando. “A los meses salieron unas imágenes de él sacando dinero. Fue el sima más famoso de la historia”.
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