Cuando allá por el siglo XIV unos monjes irlandeses llegaron a la isla de Islay y, tras asentarse, se decidieron a destilar su propio whisky, no imaginaron que de aquel acto nacería el motor económico de la isla escocesa más de 600 años después. Seguramente tampoco alcanzaron a vaticinar que de su gusto por dicha bebida surgiría la fama mundial del terruño en el que se asentaron. Y es que Islay es conocida a lo largo y ancho del planeta por su whisky y sus destilerías.
Con cerca de 600 kilómetros cuadrados de extensión y poco más de 3.000 habitantes, Islay es el paraíso para esas personas que disfrutan de la soledad. Si a eso le unimos que en la isla hay diez destilerías del mejor whisky del planeta, se podría afirmar sin atisbo de duda que el edén está en Escocia.
El whisky de Islay se caracteriza por realizarse con turba, lo que le confiere un sabor ahumado, aunque esto último no dependa sólo de la turba o del proceso de ahumado de la cebada durante el malteado. La fuerza de los elementos se ha dejado notar sobre la isla durante miles de años, por lo que el viento, el agua y la tierra también tienen su influencia sobre el sabor final de esta bebida.
Aunque llegó a contar con 23 destilerías en su momento de mayor esplendor, en la actualidad son diez (Bowmore, Ardbeg, Laphroaig, Lagavulin, Caol Ila, Bruichladdich, Bunnahabhain, Kilchoman, Ardnahoe y Port Ellen) las que funcionan a pleno rendimiento, algunas de ellas como Laphroaig, Ardbeg o Lagavulin de gran prestigio internacional. Tanto es así que además de las habituales visitas existe toda una industria alrededor de las visitas turísticas a las productoras del preciado líquido.
Es más, dado el éxito que tienen estas empresas, ya hay planes para que se instalen otras tres más siguiendo el ejemplo de Port Ellen, que tras mucho tiempo cerrada ha vuelto a abrir sus puertas este mismo año. A pesar de que las de Islay no son grandes productoras comparadas con otras destilerías escocesas (Caol Illa es la que más litros produce al año, con 6,5 millones por los 21 de Glenlivet o Glenfiddich), su buen nombre entre el público especializado y su éxito entre el turismo de masas ha llevado a las propias empresas a dar un enfocar su negocio también hacía las visitas turísticas.
La demanda existente ha llevado a que haya varias agencias de viajes que ofrezcan visitas guiadas a la isla cuyo principal atractivo sea conocer todas y cada una de las destilerías. De hecho existe una feria, llamada Fèis Íle, en la que se realizan una serie de fiestas por todas las fábricas en las que se enseñan las instalaciones, se realizan catas y un sinfín más de actividades que hacen que la población de la isla se multiplique por 10, alcanzando las 30.000 personas.
Aunque existen varias formas de realizar este viaje y de disfrutar de la isla, una de ellas es cogiendo un ferry en el que las visitas y los planes fluirán al ritmo de las corrientes y la improvisación. Se parte de Oban, en la costa oeste de Escocia, donde se coge el barco que va a Islay. De ahí en adelante se sucederán los días en los que se dedicará cada jornada a conocer una destilería, no en vano todas las instalaciones donde se ‘crea’ el whisky salvo una están cerca de la costa, aunque a varias de ellas se accede desde el mismo puerto, en Port Ellen.
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