La Navidad son las madres y las abuelas
La Navidad son las mujeres que nos han alimentado con sus recetarios: tu abuela, tu madre, tu tía
Cuando por turnos de pareja te toca cenar en casa ajena estás añadiendo nuevas mujeres a la colección familiar
En algún momento de la vida te tocará a ti ponerte el delantal y abrir la caja de recetas familiar
“La Navidad son las madres y las abuelas”, proclamaba el reciente congreso Santander Foodie como homenaje a las mujeres, relegando a los Reyes Magos y a Papá Noel, a Mariah Carey y a Wham, al belén, al árbol y al caganer, a los polvorones, al turrón y a los mantecados, al alcalde de Vigo y a todos los munícipes iluminados, y a cualesquiera otros símbolos paganos o religiosos como protagonistas de esta época en la que, además de transicionar el año, nos reunimos con la gente que apreciamos para reír, brindar y zampar; y renovar la fe en que podemos convivir arrimando lo mejor que abrigamos.
La Navidad, en efecto, son las mujeres que nos han alimentado, especialmente en estos momentos de reunión y festejo, en estos días de frío, de sillas apretujadas y de marisco a precio de escándalo. Tu abuela inclinada sobre el horno preparando el asado, tu madre colocando con primor los langostinos, tu tía contando los huevos rellenos para que nadie discuta porque se ha quedado con uno menos. La entrega silenciosa y sonriente de quienes, encima de su mejor collar, de sus mejores galas, siempre se calzan el delantal. La maña de quienes, con las ollas, las sartenes, los caldos y los sofritos, y sin que nunca se les tambalee la diadema de reno que les ha calzado su nieto nada más entrar, solo pretenden cuidar a través del alimento.
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“Hasta hace apenas cincuenta años a nadie se le había ocurrido pensar que el cuidado fuera un concepto digno de estudio. Los cuidados tenían lugar en el hogar, donde siempre había una o varias mujeres que ejercían el papel que les correspondía de atender a sus hijos, esposos o padres”, dice la filósofa Victoria Camps en su ensayo 'Tiempo de cuidados'.
La Navidad, precisamente, es la celebración del gran cuidado, un solsticio de amor, un nacimiento de generosidad, uno de los asuntos ahora a debate en nuestra sociedad. Cuidados asumidos durante siglos por madres y abuelas a través, entre otras muchas dedicaciones, de las cazuelas. Cazuelas que, llegada la Nochebuena, y sus sucesivas pitanzas, recurrían a toda la sabiduría colectiva acumulada por sus antecesoras ante las brasas para que a sus mayores y pequeños no les faltara de nada. ¿Platos con raigambre popular? ¿Recetas tradicionales de Navidad? ¿Cardo con almendras? ¿Escudella i carn d'olla? Las que se han confiado esas madres y abuelas durante décadas.
“En mi trigésimo cumpleaños, mi mamá me regaló una caja metálica de color azul. Al levantar la tapa, descubrí en su interior una pila de tarjetitas garabateadas con la letra de mi madre en boli rojo. En la primera podía leerse ‘Caja de recetas, herencia de Mina’. Contenía, efectivamente, un montón de recetas: las más importantes de mi infancia, escritas todas a mano (por un lado, los ingredientes y el proceso de creación, y por otro, la historia de cómo aquel plato llegó a mi vida). Algunas de aquellas recetas habían pasado de generación en generación; otras habían sido descubiertas o inventadas por mamá. Pero todas ellas tenían algo en común: la familia”.
También tiene razón Mina Holland, autora de 'Mamá. Tu historia empieza en la cocina': la comida es familia, sobre todo en Navidad. Puedes prescindir del alcalde de Vigo y de 'Love Actually', puedes aceptar que en tu pueblo o ciudad nunca nieve, puedes pero somos incapaces de concebir una Navidad sin banquete principal. Y un buen banquete, uno realmente navideño, no se merece tal nombre si alrededor de la mesa no se arraciman nuestros afectos. Por eso las cenas de la oficina nunca acaban de ser del todo navideñas, meros sucedáneos: porque en tu empresa no trabaja tu madre o tu abuela. O mejor dicho, no cocina.
Algo parecido sucede con esa primera Nochebuena que, por turno de pareja, te toca cenar en casa ajena. Con tu madre política, la de tu chico o tu chica, cuyo recetario desconoces y que, más allá de lo rico de las viandas, te genera una añoranza extraña. Quizás tardes tiempo en despejarla, quizás necesites varias navidades para acostumbrarte a que la boca disfrute y del ojo se te escurra una lágrima. En tal caso, dale la vuelta a la emoción nostágica: estás añadiendo nuevas mujeres a la colección familiar, a las que hasta ahora te han alegrado el estómago y el ánimo durante estas fechas. Porque además, quizá cambies de pareja.
Como, quizás, un día, por lógica de calendario, por ciclo de solsticio, por simple vida de nacimiento y renovación, tu abuela, o tu madre, desaparezcan de tu cocina.
Será entonces el momento de calzarte tú el delantal y de recoger el testigo del cuidado. De abrir la caja de recetas, que habrás ido coleccionando por tu cuenta (sin esperar a que ellas te las dejen primorosamente organizadas) para que, durante las siguientes navidades, continúen los banquetes en tu casa, y en la casa política, con la misma entrega que durante muchas décadas recibiste de tantas manos. Y ojo: sin que se te caiga nunca la diadema de reno, sea lo que sea que estés guisando. Esa diadema es el equilibrio de quien cocina para dar de comer, para compartir lo mejor de sí mismo, sin perseguir aplauso.
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