El bueno de Vicente le ha dado la responsabilidad del gol a ese comodín de La Roja llamado Fábregas, para quien parece darle igual en qué punto del campo moverse, siempre y cuando sea con espacios y con esa cosa redonda y cubierta de cuero lo más cerca posible. Al lado del término ‘falso delantero’ van a poner su foto en el diccionario del balompié. Porque jugando en esa demarcación ha logrado 63 pases (con un 89% de acierto) y dos tiros a puerta. Uno de ellos dentro.
Basta echar un vistazo al mapa de calor que describe sus movimientos durante el partido para entender el trabajo de Cesc. El que ha permitido a España salir del partido con un 65% de la posesión y el doble de tiros a puerta (20 por 11). Porque si la batalla era en el área y allí los italianos habían montado una encerrona, Vicente del Bosque decidió cambiar de táctica, de estrategia y hasta de guerra. Sacando la pelea del área, unos diez metros hacia atrás, y dejando a los centrales italianos en un ‘me pongo de pie, me vuelvo a sentar’ que si no es por un Buffon fuera de serie habría terminado seguramente en victoria española.
Después de ver el partido da la sensación de que Italia llevara meses preparando el despliegue en un laboratorio (un despliegue, por cierto, muy acertado y sorprendente con mucha salida de balón con De Rossi y con un centro del campo mucho más fresco y creativo de lo que cabía esperar). Da la sensación de que la tetracampeona del mundo ha dado lo mejor de sí y sólo ha conseguido empatarnos. Por el contrario, España ha salido a hacer su juego, como lo haría contra cualquier otro. A hacer su juego, que no es otro que tener la pelota y hacer ocasiones como churros. Puedes tener un buen día o un día peor. Pero ya nos enseñó un partido contra Suiza -que no deberíamos olvidar-, que la fidelidad a los principios propios son el camino. Y contra Italia nos hemos sido fieles.