Aunque Tirso nunca quiso denunciar a Sandro por lo que le hizo a su nieta, al final lo hará tras una conversación con Ezequiel. Pero a los pocos días acaba suelto y decide hacerle una advertencia al ferretero para que no siga molestándole en el barrio.
Una advertencia en forma de paliza. Los hombres de Sandro entrarán en la ferretería y se lo llevarán a la fuerza a dar una vuelta. El narco le amenaza, no le gustan los chivatos y no quiere que vuelva meter las narices en sus asuntos.
“Te has caído por las escaleras y hemos tenido la suerte de que no te has roto la cadera”, le dice, “pero lo mismo la próxima vez te caes de una azotea y te quedas esparramado en el suelo”, le advierte Sandro. “Así que no quiere volver a verle el pelo a partir de ahora a ver obras y a arrimar la cebolleta cuando te dejen, abuelo”, añade Sandro.
Tras pegarle una brutal paliza, le dejan tirado en el parque, y a los pocos minutos aparecen sus amigos, Sanchís y Pepe, ahora Tirso lo tiene claro, “quieren guerra, pues tendrán guerra”.