¿Por qué la nieve siempre es blanca?
La clave fundamental de que la nieve sea de un color blanco impoluto hasta cegarnos en un día soleado, e incluso quemarnos como si estuviéramos tomando el sol en pleno verano, se debe a la propia estructura de los copos de nieve y a la forma en que se acumulan en el suelo al caer.
Cuando nieva, el agua cae al suelo en forma sólida y de esta manera los copos de nieve, formados por cristales de hielo con una estructura hexagonal, se van depositando en el suelo. Uno sobre otro van formando un manto nivoso de mayor espesor cuanto más intensa es la nevada que cae. Los copos de nieve se depositan sobre la tierra de forma anárquica.
El papel 'aislante' de la nieve
Gracias a esta disposición cuando la luz incide sobre el manto de nieve se refleja a través de todos y cada uno de los pequeños rincones que van quedando cuando los copos caen uno detrás de otro y se van acumulando sobre la superficie.
A simple vista forman un manto compacto, pero no es así. Hay resquicios por los que se cuela la luz, que es reflejada en su casi totalidad. La radiación solar apenas es absorbida en una mínima parte por el hielo. De este modo, la nieve impide que la luz se disperse. En consecuencia, se refleja en todas las direcciones.
Por tanto, ese aire que se encuentra entre los miles de cristales de nieve depositados en el manto nivoso es la respuesta al color de este meteoro. Cientos de miles de estructuras hexagonales de los copos, que reflejan la luz, le dan ese color tan deslumbrante e hipnotizador. Este fenómeno se conoce con el nombre de albedo.
La nieve regula el clima mundial
Además, la nieve cumple una función crucial en el equilibrio climático a escala planetaria. El clima, tal y como lo conocemos hoy en día, no sería el mismo si, por ejemplo, los polos no estuvieran cubiertos por extensas superficies de nieve o si no existieran en determinadas partes del globo las nieves perpetuas.
El tan discutido cambio climático está reduciendo año tras año la superficie terrestre total cubierta por la nieve y el hielo. Este factor influye de manera determinante en el futuro del clima porque gracias a las actuales extensiones de nieve, el hielo refleja hasta un 90% de la radiación solar que nos alcanza actuando de gigantesco termorregulador.
En otras palabras, la nieve impide que las temperaturas se disparen permitiendo que la vida sea posible en unas condiciones óptimas en prácticamente todo el planeta. Cuanto mayor sea la extensión de hielo que se derrite en los polos más aumentará la temperatura del planeta generando desequilibrios y cambios en los patrones climáticos, algunos de los cuales ya se vienen estudiando.
Actualmente, el Ártico pierde una superficie de hielo mayor a la del Antártico y esta disminución tiene un efecto dominó muy claro empezando, por ejemplo, en la cadena alimentaria de los animales hasta el desplazamiento y extinción de unas poblaciones animales. Por ejemplo, desde hace pocos años se tiene conocimiento de la hibridación del oso polar y del oso pardo debido a que los primeros pasan más tiempo en tierra y entran en contacto con los segundos.
Además, las corrientes cálidas marinas, que regulan el clima mundial y que recorren las costas atlántica y pacífica, desembocan en el Ártico donde se congelan. El calentamiento de estas corrientes favorece una menor formación de hielo en el Polo Norte que, por tanto, refleja menos luz solar. Este factor a su vez provoca un mayor nivel de aguas abiertas y menos hielo. En consecuencia, el calor se acumula y permite que se derrita más superficie helada. Y así en un círculo vicioso e interminable.
En otras palabras, el hielo de los polos es el gran aparato de aire acondicionado del planeta. Detrás de la espectacularidad de los paisajes blancos se esconde la clave del clima que hoy conocemos.
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*Marcos Fernández (@marcosfdezfdez) es periodista especializado en Meteorología.