Para quién no lo sepa, un director de cine (o de cualquier otra forma de interpretación) tiene múltiples funciones. No sólo debe controlar la escena (la luz, la localización, el encuadre), sino que su labor más importante es la de moldear a los actores. Extraer de ellos su mejor acting, avivar o calmar su emoción, vigilar sus gestos, su entonación, su postura y hasta su respiración.
Tomando como ejemplo al director por excelencia, el inimitable Alfred Hitchcock, entenderemos hasta qué punto es vital que, aquellos que se ponen delante de una cámara, se metan de lleno en su papel. Las malas lenguas dicen que llegaba a manipular tanto a sus actores que, durante el rodaje de ‘Rebecca’, pidió al resto del equipo que aislara a Joan Fontaine (la actriz principal) para que siempre estuviera asustada y sola. Y así, fuera menos Joan y más Rebecca.
En el caso de Lucía, y en una escala creativa mucho menor, lo que quería era que Paco Sanz fuera mucho más Paco Sanz. En ella, la voz de mando que dirigía las grabaciones, hemos distinguido verdaderas dotes de dirección; usadas, por desgracia, con un fin que nada tiene que ver con la belleza del género.
En los brutos (previos al montaje) que ahora se han hecho públicos, queda constancia de cómo colaboraba con su pareja y llevaba la batuta de su difusión televisiva. Con sólo 19 años, seguía paso a paso el manual básico de las exigencias de un cineasta:
Gesticulación: le prohibía hacer gestos que no eran de su agrado.
Dramatización: le instaba a hablar de su propia muerte con un aire “más tétrico”.
Entonación: no quería que hablara “bajito” sino fuerte, contundentemente.
Efusividad: a la hora de expresar cuánto necesitaba el dinero.
Y, sobre todo, provocar la empatía. Le hacía entender que su objetivo era “motivar a la gente” a la que se estaba dirigiendo. Es decir, motivar a su espectador.
Seguramente, grandes directores como Billy Wilder, Woody Allen, Coppola, Scorsese o Tarantino estarían de acuerdo con nosotros en que (al menos) estos cuatro elementos se deben combinar en la interpretación. Sí, aunque Tarantino tengo un problema con la empatía colectiva. Lo triste es que los ejes del séptimo arte se hayan utilizado para propagar el engaño más allá de la pantalla.