Laura de Chiclana llegó a la frontera de Ucrania con una mochila al hombro, sin casco, sin chaleco antibalas, y preparada para ir a fondo. Preparada quiere decir que a sus 28 años ya llevaba tiempo cubriendo conflictos armados y crisis humanitarias. Y que aún sin tener un medio que la respaldara -es freelance-, sabía cómo abrirse paso en un terreno literalmente minado. Sabía sobre todo una regla básica: hay que vivir para contarlo.
Creció y estudió periodismo en Sevilla, y muy rápidamente se convenció de que quería ser reportera televisiva. Antes de terminar la carrera hizo su primer viaje: Venezuela. "Me fui sola y allá me junté con un grupo de periodistas para empezar. Estuve cubriendo las protestas que tuvieron lugar en 2017, problemas sociales y crímenes. Luego pasé a Colombia, donde estuve viviendo con el Ejército Nacional de Liberación, un grupo guerrillero que opera en la selva". Con esas experiencias su destino quedó marcado: "Es como que me hubiera estado preparando sin saberlo para lo que estoy viviendo ahora", dice. Tras estudiar un máster, volvió a viajar: su siguiente destino fueron los campos de refugiados de Lesbos, en Grecia. Luego a Tailandia. Ahora, Ucrania.
Intrépida y "cabezota", tal como se autodefine, ha llegado lejos, hasta el corazón de la guerra, en la devastada región del Donbás, ha recorrido el país entero, ha estado cercada por minas y ha visto llover misiles. Nada parece detenerla, aunque asegura que tiene claros los límites: "Puede parecer que soy una inconsciente. Pero si el periodista muere, no puede hacer su trabajo, y eso me mantiene alerta para irme a tiempo de los lugares más complicados".
La conexión con Telecinco.es es desde Mykolaiv, al sur del país, adonde llegó después de conocer cómo se palpa el terror con las manos en Bakhmut cuando un bombardeo cayó sobre su cabeza en pleno directo con En boca de todos, el programa que conduce en Cuatro Diego Losada.
En cada una de sus comunicaciones con los programas de Mediaset, ante la cámara Laura se ve impertérrita. Intenta no alterar la voz aunque le tiemble el cuerpo entero o sienta acelerarse las palpitaciones por un ataque de ansiedad. No quiere que la vean mal porque no quiere dejar de informar. "Tiro para adelante con todo porque hay que contar lo que está pasando. Cuando vuelva buscaré ayuda psicológica. Ahora no puedo porque si no te pones un caparazón te rompes, te destruyes. Y ya no puedes hacer el trabajo. No puedo seguir llorando. Para sobrevivir, es mejor no pensar". Sin embargo, ayer mismo sus emociones traspasaron la pantalla cuando en pleno directo sufrió un ataque de ansiedad.
Si piensa se viene abajo porque lo que le toca contar es demasiado: Laura ha visto cuerpos desmembrados, ha visto un tanque volar tras pisar una mina a pocos metros del coche en el que iba, se ha despertado porque caían bombas en el edificio de al lado de su hotel, ha corrido a refugiarse incontables veces, ha visto cuerpos apilarse en bolsas en las calles. No es gratuito. Por eso, en un momento decidió tomarse un descanso. A mediados de julio dejó Ucrania para reencontrarse con su familia y pasar unos días de verano. No pudo relajarse. En medio de una caminata, en Italia, un ruido desencadenó un ataque de llanto y angustia. Supo que la guerra se le había metido en el cuerpo. E igual, pese al insomnio, pese al miedo, pese al sufrimiento de su familia quiso volver.
"Antes que nada quiero decir que nunca he sentido una falta de respeto de parte de los ucranianos hacia mí. Al contrario, me han tratado de cuidar, todos los días recibo mensajes de cariño", aclara Laura antes de empezar su descargo sobre el machismo en el periodismo de guerra. Según su testimonio, le ha costado mucho hacerse un sitio para poder ejercer su trabajo: "Estoy muy cansada de estar la última en la lista. Soy freelance, mujer, joven. Todo es primero para los periodistas hombres. No se me toma en serio, parece que vengo acá para presumir, no sé. Yo vengo a hacer mi trabajo. Me han hecho comentarios machistas. Me meto más en el fango que muchos, ¿por qué no se me toma en serio? Eso me cuesta, pero con mi trabajo, mi constancia, esta es la manera que tengo para demostrar que nosotras podemos y valemos", dice y relata algunos episodios que le tocó enfrentar, como comentarios desafortunados relacionados con su juventud y hasta el hecho de tener que comprarse su propio chaleco antibalas porque los que se disponían desde organizaciones internacionales eran solo para los periodistas hombres.
El casco se lo dio la organización internacional Reporteros sin fronteras, así como el seguro, que en verdad solo le garantiza que sus restos podrán ser repatriados en caso de que muera. "Sé que es una guerra, sé que puedo morir, pero me cuido por mi familia", dice. Tiene que contener las lágrimas cada vez que menciona a su gente. "A veces me dicen que saben que sigo viva porque me vieron en la televisión. Ellos están con un nudo en la garganta todo el tiempo y a veces me pregunto si no estoy siendo egoísta. Pero luego son ellos los que me alientan a seguir".