En el Príncipe Alfonso, en Ceuta, sólo queda una familia cristiana. Hace apenas dos décadas eran muchas más pero, poco a poco, el estanquero y su mujer se fueron quedando solos. Ellos y la Iglesia, que corona una de las pocas calles asfaltadas son una de las pocas muestras de que el barrio es territorio español porque El Príncipe, casi más cerca de Marruecos que del centro de Ceuta, es otra España dentro de España.
En los cafetines rondan los narcos locales que, a eso de las dos de la tarde amanecen y extienden su terror local sobre los vecinos, hartos de que las bandas que se disputan el tráfico de drogas les amenacen. Pero bajo los baldosines de sus desordenadas calles late otro terror más silencioso, el que imponen los radicales islámicos que han ido secuestrando el Islam del barrio y convirtiéndolo en algo, que poco tiene que con ver con el tradicionalmente amable islam de Ceuta.
Por eso se ven cada vez más velos y "burkas", como llaman aquí al niqab, la túnica integral que cubre cabeza y cuerpo y sólo deja a la vista los ojos, aunque en la versión local una tela transparente cubre también la mirada. La mujer de Mohammed va cubierta de pies a cabeza, él es uno de esos aspirantes a soldados de Alá. Piensa en irse a Siria y tiene claro que se llevaría consigo a sus dos hijos varones:"Me llevaría a mis dos niños y me voy para allá".
Según él, necesita tres o cuatro mil euros, los mismos que un viaje a La Meca y asegura que, en el Príncipe el yihadismo la gente lo tiene en la sangre. Miente porque hay muchos, como Said, de 18 años y vecino del barrio, que piensan en la yihad (que significa esfuerzo) de otra manera: "Conocía a todos los que se fueron a Siria y están muertos. Les lavan el cerebro y les dicen que allí se vive el auténtico Islam, no como aquí. La gente se lo cree".
Este aprendiz de carpintería y albañilería cree que el islam de verdad no tiene que ver con eso:"Ser un buen musulmán es ser buena persona, no ir a inmolarse a Siria". Las pocas oportunidades de futuro que ofrece el barrio son el mejunje perfecto para que jóvenes sin opciones, como Said, caigan en la tentación.
Aún así muchos como él logran no elegir ni narco ni yihad. El olvido, en el que viven el 99% de musulmanes del cerro donde se encarama el colorido enclave, la ausencia de inversiones y la separación física y psicológica entre el Príncipe y el resto de Ceuta completa la tarea, un lugar ideal para que los extremistas siembren, vean germinar y cocinen su cosecha.