De vuelta a Siria en el corazón de Europa: la policía húngara gasea los refugiados
El itinerario del éxodo de unos desesperados que escapan de la guerra es puro capricho político por eso cuando entró en vigor la nueva ley del ultraconservador primer ministro húngaro, que impedía a los refugiados atravesar territorio magiar para llegar al norte, de un día para otro un nuevo campamento emergió en Horgos, en la línea fronteriza entre Serbia y Hungría.
Los refugiados iban amontonándose en la larga carretera que desembocaba en el paso fronterizo, ya cerrado. No había apenas comida y el sol caía a plomo sobre las desvencijadas tiendas de campaña, que los que huyen de la guerra han paseado en su azaroso viaje desde Siria, Iraq o Afganistán. Cuando empezó la refriega de los antidisturbios húngaros, algunos las trasladaban con mimo. No saben cuánto tiempo tendrán que seguir usándolas, cuando cambiarán la tela fina y el suelo duro, por una cama y una habitación donde el calor y el frío respeten.
A primera hora un coro de niños pegado a la valla, con cuidado para no cortarse los deditos con las concertinas, entonaba un "ayúdanos Merkel" con voces de guardería. Alternaban con "Gracias Serbia y el clásico "Hungría abre la puerta". Pero ni Hungría, ni sus militares y policías pensaban en abrirle la puerta a la angustia de inmigrantes y refugiados, más bien lo contrario, la consigna del Gobierno era dejarla bien cerrada.
A lo largo de la mañana los niños iban pasando a segunda fila y los jóvenes ocupaban la primera valla metálica que separaba el territorio serbio del húngaro, a la gente de los anti-disturbios, al pasado del futuro. Reclamaban su derecho a viajar libremente pero enfrente no entendían de derechos, sino de órdenes. Por eso cuando varios "valientes" se atrevieron a abrir a golpes la puerta metálica, los húngaros cargaron. No estaban en Siria, ni en Irak, sino en la frontera entre Serbia y Hungría. Gritos y banderas blancas pero la tensión, la violencia y el miedo conquistaban ese pedazo de la frontera serbia.
Una primera arremetida que sorprendió de lleno a familias enteras que tras abrirse la primera valla habían pensado que les iban a dejar pasar. Así que la gente acarreando bultos, niños y la vida encerrada en bolsas, se aproximaba a la valla cuando cargaron con gas pimienta contra los osados con chupete. Al instante, niños y padres desconsolados. El llanto salpicado del gas pimienta que lo cegaba todo. El aire por un rato se parecía al de Siria, decían los refugiados, y las esperanzas volvían a perderse en una frontera cerrada.