Para el mundo, la sonrisa de Michelle Bachelet es el rictus amable de un país que, desde la vuelta a la democracia tras la noche de Pinochet, no había tenido una líder tan carismática y popular, dentro y fuera de Chile.
La presidenta socialista repite y lo hace arrasando con más del 62% de los votos. Vuelve al sillón presidencial, tal y como se fue hace cuatro años, con unos niveles de popularidad estratosféricos.
El poder no la toca, no hace mella en ésta médico-pediatra de 62 años, con amable rostro maternal, que dejó el Palacio de la Moneda en 2010.
No le hizo pupa ni la crisis del transporte, ni las protestas de los estudiantes, ni si quiera la gestión más que dudosa que hizo su Gobierno del terremoto y el tsunami de principios de 2010.
Bachelet es “palomita blanca” porque desde que su mentor, el ex presidente Ricardo Lagos, la nombró ministra de Defensa - la primera en Chile y en toda Sudamérica y una de las primeras del mundo- su respaldo en las encuestas, en la calle y en las urnas, nunca se ha debilitado.
La presidenta electa es una gallina de los huevos de oro para la Concertaciónesa amalgama de partidos de derechas, centro e izquierdas de todos los colores, que ha tenido el poder en el país desde que se volvió a democracia en 1990.
Sólo les unía su oposición a Pinochet, juntos pidieron el NO en el plebiscito que sacó del poder al dictador. Se dieron cuenta de que la fórmula funcionaba, así que hicieron de las tripas ideológicas, corazón y siguieron juntos.
Así, imponiendo la moderación, ganaron cuatro mandatos presidenciales pero un amor con tan extraños amantes no podía ser eterno.
En 2010 Sebastián Piñera puso fin al idilio ganando las elecciones. El empresario de éxito, al que el terremoto-Bachelet barrió en 2006, logró en su segunda intentona que Chile volviera a tener a un presidente de derechas, eso sí, esta vez, democráticamente elegido.
Un ejercicio, la alternancia, muy sano en cualquier democracia, pero que constituía toda una rareza en un país de infinidad de rarezas políticas. La primera, que desde el fin de la dictadura, no había gobernado jamás la derecha pura.
El currículum, de la ya electa presidenta de Chile, se ha apuntalado estos años, como presidenta de ONU Mujeres
, un puesto que le ha permitido no quemarse en la política interna del país, conservar su popularidad intacta y seguir cocinando su bien salpimentado prestigio internacional.
La manoseada “Concertación” se ha convertido en la Nueva Mayoría y ha sumado a la heterogénea amalgama al Partido Comunista, que vuelve al poder por primera vez desde que Salvador Allende fue derrocado.
Se han cumplido 40 años del golpe militar que acabó con la democracia de Allende pero, tanto en la biografía de las candidatas, como en gran parte de la sociedad chilena, la dictadura y sus consecuencias siguen siendo un tema abierto.
La presidenta Bachelet es hija de un general, torturado y ejecutado por no unirse al golpe militar; mientras que el padre de Evelyn Mattei, la candidata de la derecha, es hija de otro general, que formó parte del Gobierno de Pinochet.
Independientemente del bando, lo cierto es que en Chile y, en gran parte de Latinoamérica, siguen vigentes las constelaciones familiares que, en uno u otro lado, oscilan en torno al poder.
La dictadura de los apellidos y las elites familiares es aún una realidad que denota la gran falta de movilidad social que, todavía existe en estos países.
Chile continúa siendo una de las naciones con mayor inequidad del planeta y eso no ha logrado desmontarlo, ni la derecha-derecha, ni la izquierda-demócrata-cristiana.
Todos los gobiernos, antes y después de la dictadura, han seguido adelante con un modelo de libremercado muy desregulado, que ha traído excelentes resultados macroeconómicos pero poca repercusión a la hora de superar la honda brecha entre ricos y pobres.
Uno de los elementos que denota el descontento de los chilenos ante esa situación es la baja participación electoral. No llegó al 42% (apenas 5.7 millones votaron de los más de 13 millones de chilenos convocados), Bachelet tendrá ahora que liderar un país donde, como en gran parte de las sociedades occidentales, planea una frustración general con la clase política.
La presidenta electa de Chile, Michelle Bachelet tiene muchos retos (educación, sanidad, igualdad, cambiar la Constitución -aún está vigente la de Pinochet-) pero sobre todo llevar a cabo una reforma fiscal que permita una mayor redistribución de la riqueza que saborea el país.
La hoja de ruta que ella misma se ha impuesto en su programa electoral debe, sobre todo, lograr que los réditos de ese alargado y extraordinario país lleguen a la mayoría del extraordinario pueblo chileno.