Apoyado en la pared de un camarote de cubierta exhibe la sonrisa chulesca del que no ha perdido nada. Ajeno o indiferente a la mirada curiosa de la cámara, el hombre -un tunecino de 27 años- sonríe y hasta se carcajea al llegar al puerto de Catania, en Italia. Mientras espera el momento del desembarco chismea con su compiche, Mahmud Bikhit, uno de los marineros que le ayudaban a gobernar el barcucho que se llevó al fondo del mar una carga de más de ochocientas personas.
Bikhit es capaz de mantener algo más la compostura; el miembro de la tripulación, sirio de 25 años, tapa su vergüenza con una capucha. Quién sabe si el recuerdo fresco de la muerte en su país le ha hecho conmoverse un poco más por la tragedia a bordo.
El capitán Malek llevaba tiempo capitaneando la miseria de centenares de personas. Ni el mono blanco que calza y que acostumbran a vestir los rescatistas, amortigua su despreciable pose, esa que delata las entrañas de sus actos. Los inmigrantes supervivientes han relatado sus andanzas en la travesía. Medio ebrio, medio perjudicado por el consumo de hachís, gobernó la nave directa a la muerte. Al parecer, según han relatado los que se salvaron aferrándose a los cuerpos de sus compañeros muertos, Malek abandonó los mandos del pesquero cuando vio que se aproximaba el mercante portugués que iba a auxiliarlos. La justicia italiana le acusa de haber hundido el barco por haber provocado, por omisión, la colisión con el mercante. Además, se cree que encerró a muchas personas en las bodegas del barco para que no fueran vistos por las patrulleras.
Delante de la mirada del canalla flota la dignidad de los supervivientes, entre los que hay quien no puede ni caminar para bajar del barco o quien cruza la pasarela aún con el miedo adherido al cuerpo.
En la partida de cartas marcadas que es la vida de estos inmigrantes enfrentarse a la muerte es un trámite bien conocido. La mayoría de los que se hacinan en los barcos-patera que surcan el mare, cada día menos nostrum de puro indigno, proceden de países donde la guerra es el mar nuestro de cada día.