Españolizar Europa con un nuevo relato sobre Cataluña
El éxito último de un movimiento secesionista depende, esencialmente, del apoyo internacional que logra concitar por eso, para la causa catalana, ha sido una prioridad que el resto del mundo conozca sus reclamos. La dimensión internacional era una vieja vocación estratégica del separatismo que desde el 1 de octubre y en estos 26 días trepidantes se ha revelado como una táctica clave.
Las torpes e inapropiadas cargas policiales de aquel domingo obsequiaron al bando independentista la razón incontestable de la víctima, erigida en el nuevo héroe de esta historia. La víctima no es responsable de nada, sólo padece la brutalidad y la injusticia de otros y la víctima que pintaban las crónicas internacionales de esas horas era el pueblo catalán como un tótem icónico. ¿Cómo podría la comunidad mediática internacional ignorar a las víctimas de una represión policial viralizada?
Victimismo de informativo
La narrativa audiovisual de unas cargas innecesarias contra manifestantes pacíficos sirvió para condimentar bien de emoción las razones del independentismo. El impacto se utilizó para envolverlas en un aura de razón primitiva, liberada por la imagen de la violencia, multiplicada y, en algún caso, manipulada por las redes. El relato de la represión existió en los hechos verificados durante unas horas la mañana del día del Referéndum, nunca más, pero la trama ficticia de totalitarismo construido todavía perdura en el imaginario colectivo de todo un pueblo-víctima, que sigue clamando en las calles por la epopeya prometida después de haber sufrido tanto.
En las comparecencias del president, Carles Puigdemont, en las diatribas internacionales del ministro de Exteriores in pectore de la Generalitat, Raul Romeva, y hasta en las palabras de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se incide una y otra vez en los conceptos simbólicos de violencia y represión para definir al Estado español. La ausencia de diálogo es el mantra que aletea en el corazón de un discurso orquestado a la perfección de cara al exterior, como ejercicio de diplomacia pública regional con ambición nacional.
Esa historia de una mañana violenta resultó ser muy estimulante en la lógica informativa de las noticias de internacional, donde se priman los ingredientes conflictivos, las emociones que parecen heroicas, las luchas imposibles y el dolor televisado de la violencia y sus víctimas. Por eso los medios de comunicación más importantes del mundo sucumbieron al prodigioso conflicto. Empezaba a escribirse la gran novela global de la cuestión catalana.
Nadie pareció calibrar ni en Moncloa, ni en el Ministerio de Interior que antes de ordenar la primera carga, ya se había perdido la primera batalla contra el independentismo: la mediática.
Hasta ahora, el secesionismo en Cataluña no había sido un tema de cabecera en la agenda setting internacional; pese a los esfuerzos del Govern por construir un mensaje sólido apenas había arañado algún editorial con motivo de las Diadas masivas en diarios influyentes como el New York Times.
Esta vez la conjunción de las noticias que se abren paso a codazos en las escaletas de los informativos iba a ponerles en un lugar privilegiado. Ese día, esos días, la actualidad del mundo era un erial, no había temas de internacional que pujasen por tener más espacio, ninguna gran crisis regional o mundial amenazaba la ambición de primera plana del Proces.
La historia
No hay pueblo sin relato y la Cataluña independentista lleva tiempo escribiendo el suyo propio, digno del premio Planeta, si Planeta no hubiera cambiado su sede social. Cuando hay historia, hay comprensión y eso les ha sucedido a algunos de los corresponsales extranjeros. Gracias a una historia bien contada han entendido la versión independentista, mientras que el “unionismo” se ha enredado en complejos argumentos legales, difíciles de asimilar para una audiencia internacional, poco familiarizada con nuestro singular modelo autonómico y nuestra, aparentemente inmóvil, Constitución. El relato de los revolucionarios independentistas, reprimidos y maltratados es atractivo y emocionante, se vende solo, mientras que la historia de España, su Constitución, su Estado de Derecho, resulta infumable. Por eso braman las redes con la causa desde hace casi un mes, también fuera de España.
Quién no sucumbiría ante el “votarem” o el “parlem”, después de una buena dosis de victimismo. ¿Pero qué sucede si la historia se convierte en un sustituto de los hechos? Los argumentos racionales, como la ilegalidad del referéndum o de una declaración de independencia en “suspenso”, unas elecciones que no llegan, pierden la batalla ante la seducción de una buena historia, simple, tranquilizadora, sin matices. Todo aparentemente inofensivo pero con consecuencias que exceden la narración y que hay que tomar muy en serio.
Uno de los secretos del éxito de la causa mediática independentista ha sido lograr que su mensaje propagandístico tenga un alcance global. No tienen un estado independiente pero sí poseen un mensaje auténticamente trasnacional. Cualquier contenido propagandístico internacional tiene que ser estándar, adaptado a públicos diversos, y, a la vez, empático que funcione a través de la emoción, ingredientes que abundan en el coctel separatista. Y ¿quién no empatizaría con quien se presenta como víctima? A la empatía sucede la solidaridad y ahí entran los exhortos contenidos en vídeos como el viral de moda “Help Cataluña. Save Europe”… y sus contrapartes del otro lado. Un despropósito conforme a los hechos y a la vez un asombroso instrumento de influencia y manipulación con casi dos millones de visitas. La conexión trasnacional funciona bien en las redes.
A la buena salud de la imparable Marca Cataluña, pese a la artillería institucional de Madrid, ha contribuido y mucho la ofensiva en comunicación exterior que lleva años desplegando el Gobierno catalán. En primer lugar, con el trabajo de seducción y proximidad realizado con los corresponsales extranjeros, una relación que se ha materializado estos días con un Romeva onmipresente y anunciado como ministro de Exteriores de Catalonia en algunos de los principales medios de comunicación del mundo.
La Marca España, sin embargo, se ha quedado congelada, pasada de moda, bloqueada. Desde el Gobierno central no han querido entrar al trapo dialéctico para no legitimar al adversario pero no se han dado cuenta de que hace mucho que, en cuestiones de medios, el adversario les ha ganado la mano. Lo que no se comunica no existe. Si no hay mensaje, no hay persuasión, no hay contrapropaganda. La diplomacia pública española no ha hecho su trabajo.
Así que es preciso españolizar a esa Europa cada vez más indulgente con una buena historia del pueblo catalán reprimido y, al mismo tiempo, Catalanizar España. Continuará…