Francia vota con la duda más profunda de su historia reciente. Cuatro candidatos con posibilidades reales y una percepción a pie de asfalto de que cualquier resultado es posible. La región de París, la metrópoli abierta al mundo, es un erial para el Frente Nacional donde, históricamente, no supera el diez por ciento de los votos pero lo histórico se rompe en estos comicios transcendentales para el rumbo de Europa. De modo que el termómetro de la capital es también revelador para entender lo que puede ocurrir en el país.
Alain pedalea, a su 58 años, durante una jornada laboral que supera las 35 horas. Lo hace a lomos de su bicicleta con carrito para turistas a los pies de la Torre Eiffel y no logra llegar a fin de mes. Como muchos de sus competidores a las afueras del icono parisino, ahora enjaulado por cuestiones de seguridad, ha pasado por mil y un trabajos antes de invertir en su exótico vehículo hace tres años, cuando no se preveía la ola de atentados yihadistas que iba a afectar con dureza a uno de los tesoros nacionales: el turismo. De modo que Alain no volverá a votar socialista, su opción ahora es Jean Luc Melenchon, el candidato de origen murciano de las elecciones francesas.
Melenchon -nacido en Tánger-tiene raíces socialistas como su votante Alain porque hasta 2008 militó en ese partido, ahora en descomposición. Igual que el conductor que pedalea ocho horas al día ha pasado del socialismo clásico a la insumisión de una Francia cansada de lo de toda la vida y dudosa entre el pasotismo abstencionismo y la via anti-sistema. El movimiento izquierdista de Melenchon, la Francia Insumisa, tiene su alter ego en el otro extremo de la tabla, en el Frente Nacional de Marine Le Pen. Comparten la vocación populista, el hartazgo del votante y hasta el afán proteccionista, también el impulso anti-UE y la promesa de adelantar la edad de jubilación de los 62 años a los 60.
Yves es judío, admirador de Trump, y está deseoso de que Francia vuelva a la "grandeur" again. Hace fotos con una vieja cámara customizada para turistas en una semi-vacía explanada del museo del Louvre, una rareza dolorosa en sábado por la mañana. Su origen hebreo era la última barrera que tenía que sortear para caer en los brazos de Marine y el atentado de los Campos Elíseos, en el que murió un agente de policía, ha terminado de despejarle las dudas. "Solo ella es capaz de poner orden aunque sea de forma dura y cruel". También tiene adeptos la ultraderechista Marine entre los inmigrantes de tercera generación, para Giovani, que llegó desde Montenegro hace más de cuarenta años es la "madame" que arreglará las cosas.
El gremio del taxi se debate también entre los extremos, muchos Melenchon, muchos Le Pen, pocos Macron, algunos Fillon. Muchos de los votantes tradicionales del candidato conservador, tocado pero no hundido por el escándalo de los sueldos ficticios a su familia, le votarán con la nariz tapada, es un sentimiento bastante extendido en los barrios de París, como el XV donde Brigitte vive con holgura. Está jubilada y -aunque ha sentido la tentación rabiosa de votar a Marine a la que ve como la más fuerte de los candidatos- votará "con tristeza" a Fillon.
La juventud y la frescura virgen de Emmanuel Macron está en el ADN que mueve al votante del candidato centrista, el más nuevo e inmaculado de los aspirantes, que convence a gente como Daniel. La mayoría de los conocidos de este joven, hijo de inmigrantes, votarán por el candidato de En Marcha, un movimiento sin partido que le respalde, lo que se ha convertido quizá en una de sus principales debilidades de cara a la elección inminente.
El hombre de la ideología y los valores transversales podría finalmente llevarse los comicios, al menos en primera vuelta, si al final acaba por imponerse la prudencia a la rabia. La llave la tienen el 30 % de indecisos como Juan Manuel que a bordo de su taxi duda hasta el último momento, seducido también por el atractivo nihilista de la abstención. Una elección simbólica para Francia y para Europa que hoy empieza a determinar su definitivo rumbo.