A pocos metros del paso oficial entre Serbia y Hungría, el que marca que se abandona la Unión Europea se extiende la doble valla, donde los refugiados tratan de pasar a través de las concertinas. La doble valla es un obstáculo pero no un imposible para los que están dispuestos a saltar o a cavar. Husein lo hace deprisa pero no lo suficiente cómo para pasar antes de que llegue la policía. Los más jóvenes se encaraman a los tres metros y medio de acero pero los coches de los guardias fronterizos son rápidos. Las concertinas made in Spain se clavan bien en las mochilas y también en la piel por eso el que ha tenido que dar marcha atrás se queja. Los llantos se quedan a un lado y los lamentos a otro. Una anciana implora que dejen pasar a su hijo, el resto de la familia ha huido hacia el bosque pero nadie quiere separarse de los suyos, así que vuelven. Son afganos que en esta crisis son vistos como refugiados de segundas. Su guerra, a pesar de los taliban y de las bombas, ya no vende. Se esconden hasta que se va la policía y vuelven al ataque. La abuela Hafasanyani y toda su prole siguen la línea de la frontera hasta el único trozo donde aún no hay valla. Todos quieren continuar viaje sin ser fichados. En este campamento, les miman un poco el cansancio y reparan también los cortes de las cuchillas y hasta obtienen un poco de moral de voluntarias como esta austriaca que les dice que humanamente, nadie es ilegal y que tienen todo el derecho a estar aquí.