Barack Obama y el Papa Francisco, dos esperanzas de distinto color que hoy se han encontrado en Roma. Comparten legión de fans en medio mundo, son los que más influencia tienen en las redes sociales y dos referentes para gentes muy diversas. El presidente de Estados Unidos guarda en su vitrina ya el nobel de la paz preventivo que le dieron poco después de conquistar la Casa Blanca por primera vez; el nombre de Francisco se barajaba ya en las quinielas suecas hace unos meses, galardonados o por galardonar, lo cierto es que ambos han puesto su granito de arena para evitar alguna que otra guerra, cada uno a su manera, con la diplomacia o con el rosario.
Sin olvidar que Obama sigue enviando drones que generan mucho sufrimiento, espiando como sus predecesores o con Guantánamo a pleno a rendimiento, lo cierto es que representa una forma de liderazgo ligeramente diferente, igual que el Papa Francisco. Estos superhombres más amables, más humildes, más serenos, más cerca del acuerdo y del encuentro que de lo contrario, resumen una esperanza necesaria, imprescindible.
El hecho de que Francisco se haya convertido en una especie de conciencia del mundo es un triunfo y el hecho de que el presidente del país más poderoso del planeta (con poder para parar o poner en marcha guerras por ejemplo…) le escuche y le tenga como inspiración, un pasito hacia adelante. Lo lógico será que, al final, como siempre, triunfe la real politik a la hora de tomar decisiones, pero si sólo una vez Barack Obama duda porque recuerda algún pensamiento de Francisco acerca de la paz, la corrupción, los pobres o la hipocresía, la inspiración habrá hecho su efecto mágico.