Zimbabue era en 1965, el año que nació Grace, Rodesia del Sur, una colonia que no lograba zafarse de la dominación británica. En Sudáfrica, donde la ahora derrocada primera dama vino al mundo, triunfaba el Apartheid, el régimen de segregación racial. En la misma época, Robert tenía casi cuarenta años y luchaba por la liberación de Zimbabue. Pero la historia de la joven y el hoy nonagenario presidente Robert Mugabe comenzó cuando en los años 90, ella era una apocada mecanógrafa que trabajaba en la Casa Azul, el palacio presidencial de Harare, donde Grace ha terminado "reinando" durante veinte años y que soñaba pisar como presidenta. La joven tímida que se casó con el libertador, cuarenta años mayor y que ha gobernado el país desde que dejó de ser una colonia, empezó hace un lustro a diseñar, de la mano del esposo, la continuidad del clan en el poder. Primero, poniéndose al frente de la sección femenina del partido de los Mugabe y después prodigándose en actos, alentando el misterio sobre si ella, Gucci Grace -apodada así por su afición a las compras de lujo- se postularía a la presidencia. No estaba en los planes de la imperial pareja someterse al escrutinio de las urnas, al contrario, su objetivo era llegar a la meta sin correr la carrera. Por eso la presencia cada vez más poderosa del vicepresidente Mnangagwa –otro veterano de la descolonización- era un obstáculo en el ascenso de la esposa-delfina; por eso hace unos días los Mugabe lo destituyeron de forma fulminante. Una maniobra que ha desencadenado esta especie de golpe de mando que ha llevado a cabo el ejército del país, que desconfía de las cualidades de "DisGrace" -otro de sus apodos, Desgracia- para suceder al marido. Un lucha de poder que con toda probabilidad ha zanjado las posibilidades sucesorias de la primera dama, que estos días se ha convertido en la "última" del país. Grace, criticada por su amor a los excesos en un país muy pobre gobernado con mano corrupta, deslegitimada ella por sus arranques de ira, por su afán de poder, su ambición, todo muy, muy alejado de la timidez que decía exhibir cuando entró como secretaria a la Casa Azul.