La familia de Alexander, el único identificado de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, llora en silencio
Los parroquianos, sin soltar un instante sus rifles, hablan con naturalidad de cuando el pueblo y la comarca de alrededor se levantó en armas, hace ya de dos años; de cuando decidieron, entre un puñado de vecinos, defenderse porque la “autoridad” no les protegía de las bandas de narcotraficantes que se disputaban la zona. Con el “armamento” de campesinos que tenían a mano lograron hacerse con la “plaza” y ahora El Pericón, (Estado de Guerrero) y otros pueblos de los alrededores están en manos de las llamadas autodefensas, grupos de civiles armados que son la ley en medio de la jungla del narcotráfico. La casualidad ha querido que, justo de aquí, sea el único estudiante, de los cuarenta y tres desaparecidos, identificado hasta el momento, el joven de 19 años Alexander Mora.
Su padre, Don Ezequiel, sus hermanos, su tío, todos recibieron entre consternados e incrédulos la noticia de que en un remoto laboratorio forense de Innsbruck, en Austria, los expertos habían puesto nombre a unos restos, apenas un hueso y un molar. Era la evidencia de que, al menos a él, le habían asesinado en el vertedero de Cocula, a donde, según la versión de los sicarios, llevaron a los estudiantes. En el pueblo que el muchacho dejó en agosto pasado para ir a Ayotzinapa a cumplir el sueño de ser profesor de educación física, tienen miedo por la familia Mora porque hace unos días recibieron una amenaza y en México las amenazas se toman muy en serio: les dejaron un recado al lado de la casa, amenazándolos de muerte, cuenta Felipe, uno de los vecinos que hace la guardia. Pero el padre ni sabe, ni quiere saber de amenazas, sólo vive para digerir su dolor: “Cuando recibí la noticia no sabía ni qué hacer. Me preguntaba si lo habían matado y después le echaron lumbre o si lo mataron primero y luego me lo quemaron. Eso es lo que me duele, lo que me da coraje. Un padre no está preparado para esto”.
El hermano de Alexander, Omar, dice que ahora “lo extraña todo de él” y no olvida su tenacidad para lograr llegar a ser profesor de educación física: “le gustaba el fútbol y estaba decidido a ser maestro por eso, aunque mi jefe (mi padre) no quería que fuera tan lejos a estudiar. Al final tuvo que dejarlo. Estaba seguro de que quería ir a Ayotzinapa y de que conseguiría ser profesor de educación física”.
Su hermana pequeña tiene marcado a fuego cómo él le insistía en que siguiera estudiando, en lugar de dejar la escuela, como el resto de los hermanos: “Cuando le dije que pensaba dejar el colegio se enfadó mucho y me dijo que él me pagaría los estudios en la universidad”. Todos lloran en silencio en esta casa, donde el olor a velas y a flores, no deja a lugar dudas, el velatorio es perenne para esta familia, señalada por la casualidad.
Hasta la humilde choza de campesinos, en una empobrecida comunidad montañosa de 1.800 habitantes, por el momento no ha llegado ningún representante del Gobierno estatal ni federal. La familia asegura que tampoco ha recibido la llamada de ninguna autoridad, su sufrimiento es solitario y también silencioso.