Héroe. La voz de Mario parece una barca meciéndose despacio, hasta cuando relata la perversidad que ha desenterrado estos años que lleva buscando a su hermano secuestrado y desaparecido. Su historia alimenta la estadística de 36.625 casos que aporta el Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas de México pero al registro se le extravió algún dato porque las organizaciones de derechos humanos suman 60.000. El descuadre lo suplen personas como Mario haciendo arqueología criminal, recorriendo caminos y cerros para localizar las fosas comunes donde haya restos de estadísticas humanas que nunca se contabilizaron, tratando de paliar el sufrimiento propio o el ajeno porque cada vez que encuentra los huesos de una persona, sabe que habrá algo de paz para una familia. Aunque nunca sea la suya y eso le convierte en más héroe todavía.
Monstruo. El tipo se queda sordo de golpe cuando escucha la primera súplica y el primer grito, cuando la persona que está a minutos de la muerte clama en voz alta por la vida que está a punto de perder. No guarda cifras, ni fechas, ni nombres, ni los muertos a las espaldas, ni los años vividos, ni el tiempo que hace que mató a su primera víctima. Un verdugo casi adolescente que reniega de la conciencia, de los sentimientos y hasta del cerebro, su voluntad sólo responde al dictado de una orden que vale 10.000 pesos al mes, exactamente 460 euros, el sueldo con tarifa plana que recibe por lograr, según él, lo imposible. Pero aquí no hay hazañas sino crímenes. La lluvia fría empaña sus palabras y eso lo convierte en más monstruo todavía.
En México es un hábito negar la verdad y ocultar los hechos por eso la posibilidad remota de que se encuentre el verdadero rastro de las 60.000 y de las 43 vidas perdidas de los estudiantes de Ayotzinapa en los caminos casi mágicos del estado de Guerrero, hace que palpite una esperanza congelada desde hacía mucho. Mientras monstruos y héroes recorren los mismos territorios.
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Jesús Martínez
Luis Benítez