Dime en qué clima vives y te diré quién eres
Hace mucho calor y estoy de mal humor. Y no son dos afirmaciones divergentes, es decir, no es que haga mucho calor y que, además, hoy me haya levantado con el pie izquierdo, sino que la una me lleva a la otra hasta el punto de entrar en un bucle de aspavientos y soplidos como única forma de expresión verbal.
Esto me ha hecho pensar. Pensar en el clima como una de las grandes variables de la confección de nuestro estado anímico y, aún más allá, de nuestro carácter general. A grandes rasgos, estamos a merced de la intensidad de los rayos uva, que a su antojo moldean nuestra personalidad: cuando faltan, estamos tristes, apagados, mimosos y caseros; en su justa medida, son una inyección de energía, vitalidad, optimismo y vida social; y en exceso –como la ola de temperaturas infernales que estamos sufriendo en estos momentos- nos vuelve bordes, quejicas, perezosos y violentos (para los que ya lo sean, aún más). A 38ºC de mínima ya no discurrimos: comemos menos, dormimos menos, salimos menos y lo que es peor: nos dejamos de abrazar.
No hay ninguna corriente filosófica, psicológica o científica que avale la teoría que acabo de plantear. Pero es real. Montesquieu y, posteriormente Rousseau, hablaron de la importancia de las condiciones climatológicas a la hora de decidir dónde debe establecerse una ciudad. Por lo típico: la cercanía de agua, el intervalo de tormentas, la media de horas de luz solar para la siembra y bla, bla, bla. Sin embargo, también contemplaban el tiempo como un factor de interacción social. Vamos a dar un pasito más y a considerarlo como un factor fundamental, escogiendo una serie de naciones al azar para responder a preguntas como:
1. ¿Por qué los ingleses son tan vergonzosos?
Si pensamos en un británico, inmediatamente nos viene a la cabeza la imagen de un hombre bien vestido, serio, educado, que lleva un paraguas en la mano y que dice "excuse me" unas 25 veces al día. Lo usan para todo: para pagar en las tiendas, para subirse al metro, para pedir un café... Suena a cliché, pero es cierto, los ingleses no molestan, son discretos, ni demasiado blancos, ni demasiado negros; sólo están cómodos en un su infinito gris, el gris de su cielo, y en el sarcasmo, duchos en el humor encubierto. Quizá todo esto tenga algo ver con el hecho de que en Inglaterra casi siempre esté nublado, encapotado y taponado, como ellos: no se le vaya a ocurrir a un británico cometer un error, llegar tarde o decir un improperio. Oh, my God, no. Eso sólo se lo permiten cuando vienen de vacaciones a España.
2. ¿Por qué los latinos se desgarran de amor?
"Tu ausencia me está matando", "estás pagando lo que tú me hiciste", "yo sin ti y tú sin mí..."; de este calibre suelen ser las letras de las canciones de los autores latinoamericanos, que sufren mucho, muchísimo, desaforadamente, por amor. Su música y su cultura asociada al baile en la calle y la calentura de sus relaciones personales y romances también puede tener que ver con su clima: ¿Quién no se enamoraría locamente entre cafetales o sudando en un club de La Habana o en las inmensas playas verdes de México? Cuando toda la geografía te obliga a querer y a ser querido, es mejor no poner resistencia.
3. ¿Por qué los españoles hablamos tan alto?
Cuando un grupo de españoles sale al extranjero puede reconocer fácilmente a otros compatriotas en la zona a través del medio auditivo: son los que están gritando. Es cierto que el clima mediterráneo nos hace sociables, confiados, tocones y muy muy ruidosos. ¿Por qué? Puede que sea por nuestra 'cultura de bar', es decir, dos problemas distintos que se resuelven con la misma solución: cuando hace frío, vamos a un bar. Cuando hace calor, vamos a la terraza de ese mismo bar. Y en los bares, como en la guerra, hay que hacerse notar.
4. ¿Por qué los alemanes son tan estrictos?
Ya que han sido tan relevantes en la historia universal, no puedo terminar esta reflexión sin referirme a los alemanes. Yo estuve en Berlín una vez. En febrero. Me congelé. A las cinco de la tarde se hacía de noche y lo único que se veía en las calles eran un montón de ventanitas iluminadas por la luz de las lámparas. Concluí que los alemanes, o bien se dedican al trabajo, o bien se encierran en su casas, por lo que no le dedican demasiado tiempo al ocio. Los pocos que conocí, resultaron ser muy cultos y talentosos, tocaban el chelo o el violín, eran muy estudiosos. Profesionales y rigurosos. De ahí su preocupación por la eficacia y... la celebridad.
Ergo, el clima, que proviene de algo tan lejano y misterioso como la atmósfera, no es un fenómeno tan ajeno a nuestro cuerpo. Es bonito pensar que estamos mucho más relacionados con lo celeste de lo que creemos. Es bonito y, a la vez, da miedo.