20 años después de “haberlo perdido todo”, la protagonista de ‘Dolores Vázquez: la verdad sobre el caso Wanninkhof, rompe su silencio sobre la pesadilla que aún la atormenta a diario. La que fuera en un principio acusada de matar a Rocío, la hija mayor de la que por entonces era su pareja, se sienta frente a las cámaras por primera vez para contar su historia, una historia llena de sombras y graves errores judiciales.
Dolores Vázquez fue enviada a prisión por el asesinato de Rocío Wanninkhof, la joven que tuvo a España entera en vilo durante semanas tras su desaparición en la Costa del Sol. Las investigaciones policiales se centraron en ella, en Dolores, una mujer que había ayudado en las labores de búsqueda de la chica antes de la aparición de su cadáver destrozado y que, tal y como se sabría después, mantenía una relación sentimental con su madre, Alicia Hornos.
Hasta el día de su detención, Dolores Vázquez tenía fe en la justicia, una fe que se difuminó cuando dos agentes de la Guardia Civil llegaron hasta su casa de Mijas para proceder a su detención: “Era un día normal para mí, yo estaba regando el jardín y mi hermana había salido a hacer la compra, llegaron dos Guardias Civiles que me leyeron mis derechos y que me pusieron los grilletes (…) Recuerdo ver a Mari, mi vecina del restaurante, con lágrimas en los ojos, yo lo único que le decía es que cuidara de mi madre y que llamara a mi hermana”.
Dolores cuenta que aquel primer día en el calabozo fue algo que jamás olvidará: “No me hablaban, no me decían nada, es como que daban todos por hecho que yo era la culpable, que yo lo había hecho (…) Venían cada dos por tres a mi celda y me encendían y apagaban las luces, no entendía nada, me acurruqué en la pared”.
“Para mí fue como un maltrato, yo tenía miedo”. Con estas palabras comienza Dolores a relatar cómo fueron los más de 500 días que pasó en la cárcel de Alhaurín El Grande. Dolores cuenta que desde su ingreso sintió terror por el trato que recibía por parte de la funcionaria: “Me tiraba del pelo”.
Las cosas no hicieron más que empeorar para ella: “Tenía pesadillas con el sonido de los cerrojos, me llenaba los oídos con papel higiénico para no escuchar ese sonido, las horas no pasaban”.
Pese a que Dolores estaba en aislamiento por estar acusada del asesinato de una joven de tan solo 19 años, lo cierto es que en algunos momentos Dolores sí podía escuchar lo que el resto de presas opinaban sobre ella. Era durante las visitas de su abogado, Pedro Apalategui, cuando a través de los altavoces se avisaba de que debía acudir a la sala de visitas: “Ahí las demás presas me empezaban a gritar de todo desde sus celdas, me llamaban asesina, bollera, lesbiana, me decían que si quería compañía, cosas muy desagradables, muy obscenas”.
Apalategui, el que Dolores considera como su ángel de la guarda, se convirtió en la persona que luchó por demostrar su inocencia: “Yo veía que esa mujer estaba en prisión por sospechas, no por pruebas, cambié mi afición de los sábados de la escalada por la de ir a ver a Dolores, esa mujer necesitaba compensar con mi visita los gritos de ‘asesina’ que escuchaba constantemente”.