A los 12 años, Carlo Costanzia viaja a Italia para vivir con su padre. Anteriormente, fue expulsado del colegio en el que estaba en Madrid y comenzó a coquetear con ciertas sustancias adictivas. Fue enviado a un internado a Suiza, pero su padre terminó sacándole de allí. Pero el sentimiento de abandono no cesó: “Yo quería pasar a la parte del malo, quería hacer cosas para merecerme el abandono, era una forma de llamar la atención”.
A los diez años ya consumía, pero a los doce fue a más. Esto le conllevó “broncas enormes” con su padre. Pero hubo un día en que la cosa fue más delicada y peligrosa de lo normal: “En uno de mis tantos arrebatos quiero evadirme demasiado”.
Dice que era consciente de que eso “iba a llevarme a mí al descanso”. “Un día llegué a casa y empecé a tomar todas las pastillas que pueda, todo el alcohol que pueda con todas las sustancias que pueda y tenía el plan perfecto”.
Resulta que un amigo llegó a casa, forzó la puerta, entraron y le encontraron inconsciente. En el hospital de urgencias se despertó una vez le realizaron un lavado de estómago: “No sé si tenía más un sentimiento de impotencia de no haber conseguido lo que quería o de vergüenza porque la gente hubiese visto de hasta dónde hubiese podido llegar”