Michael Keppler nació en Trenton, New Jersey a finales de los 60. Hijo único de Herb Keppler, un fontanero, y Roberta Keppler, Michael quedó huérfano de padre a temprana edad cuando éste fallecióen un acciente de coche. Keppler y su madre se mudaron entonces con su tía. Siendo niño su estricta madre nunca le dejó ver la televisión. El pequeño Mike se refugió entonces en la lectura y el deporte. Tuvo que crecer deprisa y hacerse repetar, al ser el único niño judío de un barrio irlandés católico así como el hombre de la casa.
Keppler Pasó la adolescencia jugando al futbol americano en el instituto y escuchando a Pink Floyd. Pronto tuvo que buscarse un trabajo en un taller de coches, cuando su tía se mudó a Nuevo México dejádoles la casa y una montaña de deudas.
Poco antes de terminar el instituto, Keppler conoció a Amy McCarty, una preciosa chica unos años más joven que él. Aquello fue amor a primer vista. Ella era lista, guapa, y toda una estrella del atletismo. Al joven Michael le costó mucho pedirle salir, aunque podría haber tenido a cualquier otra chica de la escuela.
Chico conoce chica, chica conoce chico... Se enamoraron. Se prometieron. Planeaban casarse cuando ella se hubiera graduado. Vivirían en un pisito en el Lower East Side de Manhattan y él trabajaría de bombero. Todo se fue al traste cuando Amy se suicidó. Se cortó las venas. Sin razón aparente. Sin una nota que explicara aquello.
Los años oscuros
A partir de entonces Keppler cayó en una espiral de autodestrucción y malas decisiones. Quería morir. Sólo el padre de Amy, Frank McCarty, consiguió que el chico no arruinara su vida por completo en esos años nefastos. Frank fue mucho más que una persona con la que compartir su dolor, se convirtió en un auténtico padre para él.1
Frank animó a Keppler a no abandonar los estudios y usó el dinero que había estado ahorrando para Amy para pagarle la carrera en el prestigioso SUNY Binghamton College.
Sus notas eran excelentes, pero el carácter de Keppler había cambiado de forma radical, volviéndose introvertido. Continuas pesadillas torturaban sus sueños. Se sentía muerto por dentro.
Poco después de licenciarse en química, a la madre de Keppler le fue diagnosticado un cáncer de huesos. Volvió a casa para hacerse cargo de ella hasta que ésta falleció.
Huyendo de sus recuerdo
La segunda pérdida más triste de su vida supuso un nuevo punto de inflexión en su vida. Quería comenzar de cero. Aceptó una oferta para trabajar como criminalista en Philadephia. En esa ciudad conocio a una mujer con la que se casó. Por primera vez en mucho tiempo, Keppler vivió unos años de tranquilidad, pero tan sólo era una tregua que le daba el destino. El pasado, que creía enterrado, regresó para atormentarle.
Las pesadillas volvieron, esta vez con más fuerza, hasta convertirle en un imsomne. Se volvió taciturno e irritable. Su matrimonio se desintegraba. Sin embargo, aunque su vida personal era un desastre, su carrera profesional seguía imparable. Continuos ascensos y recomendaciones le situaron rápidamente por delante de sus envidiosos colegas.
Philadelplhia ya no era un refugio a salvo de sus recuerdos. Una vez más, Keppler volvió a poner tierra de por medio entre él y su pasado, primero en Baltimore y después en Las Vegas, donde su intachable expediente le llevó a sustituir al mismísimo Grissom de forma temporar al frente de su equipo de CSI.
Su primera oportunidad para lucirse fue el esclarecimiento del asesinato de cuatro jóvenes desconocidas. Su metodología de trabajo fue cuestionada por Nick, Warrick y Sara cuando Keppler y Catherine fracasaron en su intento de atrapar a un asesino sin informar de ello al resto de los investigadores. Asímismo, la reducida comunicación que mantiene con los miembros de su equipo ha creado un clima de resentimiento, agravado por el oscuro secreto que estamos a punto de conocer.