El cerebro es el órgano que más trabaja del cuerpo humano ya que está siempre activo y pendiente de todas las funciones básicas del cuerpo y abastecer las necesidades que requiera en cada momento. Por ello, hay que alimentarlo para que pueda suministrar toda la energía necesaria para realizar correctamente su trabajo. Por lo tanto, el cerebro y la mente están estrechamente ligados con la alimentación: uno depende del otro.
La gran mayoría hemos sentido alguna vez la necesidad de comer compulsivamente en épocas en las que mental y psicológicamente estamos en un momento más delicado. Este patrón de comportamiento en el que se sufren cambios alimenticios pueden ser la consecuencia de sufrir un episodio de estrés o ansiedad. En estas épocas donde mentalmente no estamos bien, se ven reflejadas en la alimentación, aunque en cada persona aparecen estos síntomas de manera distinta.
La comida, en estas épocas de estrés o ansiedad, se convierte en una vía de escape a los sentimientos o emociones que no somos capaces de gestionar. Al comer, puedes sentirte más relajado, e incluso más feliz, pero después de comer compulsivamente, aparece el sentimiento de la culpabilidad y tristeza porque no te sientes bien contigo mismo por haber comido tanto. Así como las personas que llevan dietas más estrictas o controlan mejor su alimentación, responden más compulsivamente a la ingesta de alimentos que los que no lo hacen. Además, esa ingesta suele hacerse de alimentos con alto contenido en azúcar, grasas, sal y calorías. La consecuencia es que se aumenta el riesgo de padecer obesidad y se pueden desarrollar enfermedades cardiovasculares, diabetes o hipertensión, entre otras.
1. Saber qué situación nos impulsa a comer sin medida y llevar un registro en el que podamos anotar todos los momentos en el que hemos sentido esa necesidad de atracar la nevera y por qué ha sido. Para ello, una buena opción es hacernos una serie de preguntas como: ¿Qué pensamiento me ha llevado a ello? ¿A qué hora he sentido esa necesidad? ¿Qué alimento he elegido y cuánto he comido? Con estas preguntas y sus respectivas respuestas podremos llegar a una conclusión para gestionarlo y ponerle solución.
2. Una vez llevado a cabo ese registro, podremos trabajar en controlar ese sentimiento o pensamiento que nos ha llevado a comer compulsivamente. Una opción para ello es, en lugar de comer, utilizar esa energía o impulsividad en llevar a cabo otras actividades que nos generen el mismo sentimiento de felicidad y tranquilidad que nos aporta la comida en estos casos. Por ejemplo, salir a dar un paseo, hacer deporte, hablar con un familiar o amigo…
3. Seguimos trabajando con ese registro para dar con las claves de qué tipo de alimentación me pide el cuerpo cuando sufro esos episodios de estrés o ansiedad. Como mencionábamos anteriormente, suelen ser alimentos que contienen mucho azúcar, sal, grasa… así que lo ideal para evitar la tentación es no tenerlos a mano. De esta manera, evitaremos la impulsividad de acudir a ellos y podremos focalizarnos en otras cuestiones. Otra opción es tener alimentos sustitutivos más sanos que sean beneficiosos para nuestro cuerpo como, por ejemplo, la fruta.
4. Pero puede ser que este procedimiento no a todo el mundo le funcione o les cueste un poco más el proceso. En ese caso, lo mejor es ponerse en manos de profesionales como médicos o psicólogos si vemos que somos incapaces de gestionar el estrés o ansiedad, o que el periodo de malestar se alarga en el tiempo y que ellos nos ayuden a canalizarlo.
Además, en estos casos Fitbit será nuestro aliado perfecto. El smartwatch avanzado de salud Fitbit Sense y la app de Fitbit nos ayudarán a llevar una vida sana y un control haciendo un registro de los alimentos consumidos durante el día y marcando tanto las calorías que has consumido como los nutrientes ingeridos.
También, gracias a él y sus exclusivos sensores, podemos conocer nuestro nivel de estrés diario. Lo conoceremos a través de la puntuación del estrés que tengamos diariamente entre 1 y 100: cuánto más alto sea el número conseguido, mejor estaremos controlando los niveles de estrés. Además, podremos tener acceso a un desglose personalizado sobre tu capacidad de respuesta, el equilibrio del esfuerzo y tus patrones de sueño.
Todo ello nos ayudará a conectar con nuestra salud y mejorar nuestro bienestar.
El estrés es un sentimiento que agota y que acaba debilitando a quien lo sufre. Para poder combatirlo y recuperarnos de esa situación, necesitamos reponer nutrientes y sustancias que nos proporcionen dopamina y serotonina.
La dopamina es un neurotransmisor y tiene la función de conectar las neuronas entre sí. Está vinculado generalmente con la sensación de placer y como activador de los procesos emocionales, cognitivos y afectivos. Entre sus funciones también está la de la motivación, coordinación, toma de decisiones, aprendizaje, efectividad y emotividad. Por otro lado, la serotonina es otro neurotransmisor y es una hormona conocida como la hormona de la felicidad. Está estrechamente implicada en las emociones y el estado anímico puesto que regula la dopamina y la adrenalina. Y, además, está relacionada con el control del apetito, regulador del sueño e interviene en el deseo sexual o la libido.
A continuación, vamos a enumerar una serie de alimentos que nos proporcionan los nutrientes necesarios en esos momentos de estrés o ansiedad:
1. Los arándanos: es un alimento antioxidante natural que mejora el buen humor y ayuda a la memoria.
2. La patata, boniato, calabaza o yuca: estos tubérculos mejoran los niveles de serotonina y la calidad del sueño.
3. Los pistachos: estos frutos secos mejoran y favorecen el funcionamiento del corazón.
4. Las naranjas: esta fruta, rica en vitamina C, nos aporta esos nutrientes necesarios para reponer fuerzas en casos de estrés.
5. El chocolate: produce placer y anula la sensación de depresión. Además, es rico en magnesio. Eso sí, lo mejor es optar por chocolate bajo en azúcares y no abusar, consumir una o dos onzas al día.
6. Las lentejas: estas legumbres son ricas en vitamina B e indispensables para el correcto funcionamiento del cerebro. Además, son ricas en fibra y magnesio.