Dentro del mar
Los mejores momentos de mi vida solo están en algún lugar de la memoria. Esos instantes que me gustaría poder retener de alguna forma más real no existen más que aquí dentro, y dentro del mar.
En el último viaje de buceo que hice, estuve en un crucero vidaa bordo durante cinco días por las Islas Similan, en el mar de Andamán (en la costa oeste de Tailandia).
Cada día nos levantábamos a las seis de la mañana. Con las primeras luces sobre el mar salíamos a cubierta, comíamos algo y tomábamos un té para entrar en calor mientras veíamos salir el sol en medio de la nada y bajábamos a vestirnos, ilusionados para nuestra primera inmersión del día.
Así transcurría la jornada con tres buceos más diarios normalmente. Solíamos terminar sobre las seis de la tarde, cuando el sol comenzaba a descender.
Una tarde acabamos antes para hacer una quinta inmersión crepuscular, al atardecer.
Después de todo el día buceando te sientes relajado, en silencio por dentro. Y ese sosiego se siente en el barco.
Recuerdo que los que hicimos la inmersión nos vestimos tranquilos, cansados pero entusiasmados por bajar de nuevo mientras se ponía el sol.
El mar estaba tranquilo, meciendo el barco cada vez más cobrizo, centellante y oscuro.
Recuerdo el instante antes de sumergir la cabeza, observando la inmensidad de aquel lugar, del océano; sintiéndome pequeña y enormea la vez.
Las inmersiones a esa hora son muy especiales, más lentas porque cada vez hay menos luz y más silencio, con los ojos cada vez más abiertos, con el corazón palpitando cada vez más fuerte.
Las linternas comienzan a iluminarnos como si fuéramos astronautas en la más absoluta oscuridad del espacio.
Cuando la inmersión estaba llegando a su fin, a cuatro o cinco metros de la superficie, apagamos las luces y la oscuridad cubrió todo.
En ese momento, suspendida, volando, sólo escuchando mi respiración… comencé a mover una mano y perpleja empecé a ver diminutas luces fluorescentes aparecer tras el movimiento. En ese instante comenzó la magia.
A medida que me movía, sin ver absolutamente nada, aparecían miles de partículas brillantes, vivas, de color azul, turquesa, eléctrico que me rodeaban. Que bailaban a mi alrededor, que iluminaban aquel lugar, que aparecían para mí, sólo cuando agitaba el agua.
Nos mantuvimos suspendidos en ese momento sublime, entre aquellas frágiles y sutiles luciérnagas marinas, casi sin aliento.
Alargamos aquel instante todo lo que el aire nos permitió.
Cuando salimos a la superficie y nos quitamos el regulador, comenzamos a reírnos, creo que también a llorar, en medio de la noche, en la más absoluta soledad, en el agua, emocionados e incrédulos tras haber compartido algo tan singular. Estábamos embriagados. Nos sentíamos vivos, nos habíamos emborrachado de #vitaminsea.
La responsable de este espectáculo luminoso es un alga unicelular llamada ‘Noctiluca scintillans’, que genera esa luz llamada luminescencia cuando se siente atacada o perturbada.
El buceo te permite sentirte de nuevo como si tuvieras tres años, descubriendo un nuevo mundo.
Instantes que se mantienen como la memoria ha querido guardarlos.