Este año he viajado a México con el objetivo de mostraros una de las maravillas que esconde la naturaleza allí: el entramado de cuevas inundadas más extenso del planeta.
Hace más de doscientos cincuenta millones de años la península de Yucatán estaba sumergida. Cuando el nivel del mar descendió, dejó expuesta parte de esta meseta de piedra caliza, y las lluvias tropicales la fueron erosionado a lo largo de los siglos creando enormes cuevas llenas de agua dulce. Con el paso del tiempo, partes de estas cuevas se derrumbaron formando lo que conocemos como cenotes.
Su nombre proviene de dz’onot, que en maya significa “sagrado”. Eran elementos muy importantes de esta cultura: además de ser su principal fuente de agua dulce, también representaban las puertas a la eternidad y en ellos practicaban rituales y sacrificios.
Actualmente hay miles de cenotes y se descubren nuevas formaciones de este tipo cada año. Todavía no ha sido posible explorarlas en su totalidad porque continúan siendo inabarcables.
La mayoría de los cenotes están conectados entre sí y con el mar Caribe, por lo que, pese a ser normalmente de agua dulce, a partir de una determinada profundidad podemos encontrar algunos de agua salada.
Una de las peculiaridades de los cenotes son precisamente sus aguas, que nos permiten sumergirnos con una temperatura y flotabilidad distintas a las del mar, y una visibilidad tan increíble que llegas a confundir el fondo con la superficie.
Cuando el agua salada penetra en el cenote y se encuentra con la dulce, la mezcla de las dos densidades genera un curioso efecto visual llamado haloclina: mientras buceamos lo percibimos cuando la vista se nos empieza a nublar durante unos instantes, mientras cruzamos ese tramo.
México es casi el único lugar en el mundo donde podemos encontrar este tipo de cavernas y a pesar de las estupendas inmersiones que ofrece el Caribe en esta zona, muchos buzos van exclusivamente a conocerlas.
En este viaje hemos buceado en muchos cenotes distintos: hay cenotes más abiertos, otros tipo caverna, otros que son auténticos museos sumergidos…
En esta foto estoy en el cenote “Dos Ojos”, uno de los más populares. Un cenote de largo recorrido, con una profundidad de diez metros, aguas cristalinas y como veis, impresionantes formaciones en su interior. Tiene una cueva en la que podemos salir durante el recorrido y contemplar un techo plagado de estalactitas donde habitan cientos de murciélagos.
Y en esta otra estoy en la continuación de Dos Ojos, en el cenote Pit, que combina una parte muy amplia y profunda y otra de caverna. En la fotografía se puede distinguir la entrada al cenote (entrada de luz) y la impresionante cueva llena de buceadores detrás de mí.
Pero en este viaje llegué a México para conocer Angelita. Un cenote que despertó mi curiosidad hace tiempo por su singularidad (es muy diferente en estructura y composición al resto) y sus leyendas.
Y la verdad, es que es uno de esos lugares que hay que ver al menos una vez en la vida. Un lugar que sobrepasa tu imaginación, que es imposible describir con palabras.
La entrada al cenote en medio de la selva ya es espectacular. Después de hacer un tramo a pie llegas a una piscina natural rodeada de exuberante vegetación con aguas turquesas en completa calma; y te sumerges en silencio, rodeado de libélulas azules.
Próximamente podréis ver lo que aguarda Angelita en un extenso reportaje.
Os mantendré informados a través de Instagram y Facebook ;)
Gracias Silvia Jiménez, por capturar estos momentos y cuidarme dentro y fuera del agua.
Gracias a Pepe Dive Center por guiarnos en esta aventura.