Cara a cara con un orangután
Durante toda mi vida he observado en el mapamundi esta gran isla del sudeste asiático y me he sentido misteriosamente atraída por conocerla, más aún en el último año, en el que por fin estamos empezando a leer algo sobre la dramática situación de Borneo “gracias” al famoso aceite de palma.
Así que decidí viajar hasta allí para conocer de primera mano qué está ocurriendo, y por supuesto, para conocer al animal más grande de la tierra que aún vive en los árboles: el orangután de Borneo.
Sinceramente, hay que tener muchas ganas de conocer a estos primates porque llegar a la isla no es tarea fácil. Normalmente son necesarios un día para entrar y otro para salir de la isla ya que es obligatorio hacer escala y no hay muchos vuelos disponibles.
Una vez aterrizamos en el diminuto aeropuerto de Pangkalan bun, nuestro guía nos esperaba para llevarnos directamente al puerto. Es recomendable llevar contratado el tour porque realmente hay muy pocos medios en la isla. En estos viajes se suelen hacer rutas a bordo de un klotok (barca tradicional) que atraviesa durante un par de días el río Sekonyer haciendo paradas en los centros de rehabilitación de orangutanes del Parque Nacional Tanjung Puting, como el Camp Leakey, puesto en marcha en 1971 por la primatóloga Biruté Galdikas.
Son barcas muy estables en las que viajamos con el guía, el patrón, un marinero y una cocinera. Nada más partir, nos llamaron mucho la atención unos enormes edificios de hormigón que se alzan a lo largo de la orilla. Nos contaron que son construcciones hechas para la cría de golondrina, un potente negocio en Borneo. El contraste con las pequeñas casas de madera de los aldeanos era realmente impactante.
Empezamos a navegar por el tranquilo río donde pudimos ya observar algunos macacos hasta que alcanzamos el primer muelle. Comenzamos a caminar por la frondosa selva, en silencio, atentos al suelo… hasta que las ramas empezaron a moverse.
Nos quedamos paralizados, y en cuanto levanté la vista, ahí estaba mirándome fijamente. Una mirada sobrecogedora, casi humana, que todavía tengo en la retina y que en ese momento, hizo que las lágrimas se confundieran con el sudor.
Son animales imponentes, con los que compartimos el 97% del genoma. Sus gestos, cómo actúan entre ellos, con sus crías, las dimensiones del macho y su comportamiento… durante un par de horas te quedas observándolos sin parpadear.
Estos pelirrojos y enormes simios son muy inteligentes y tienen una memoria prodigiosa que les permite sobrevivir en la selva: recuerdan perfectamente dónde están y cuándo maduran las diferentes plantas comestibles de las que se alimentan.
El problema actual es que la selva está desapareciendo y los orangutanes cada vez tienen menos lugares a los que acudir, por ello se congregan cada día en los centros para comer bananas, normalmente depositadas sobre una gran plataforma de madera.
Visitamos tres centros de rehabilitación de orangutanes en dos días, en los que nos acostábamos observando los monos narigudos, dormíamos arropados por los sonidos de la selva y amanecíamos con los gritos de los gibones a lo largo del río.
Al alba del tercer día fuimos en lancha rápida a una zona más apartada del parque, apenas visitada por el turismo. El trayecto fue único y la experiencia muy intensa porque pudimos llegar a espacios todavía salvajes para contemplar a estos enigmáticos animales, en completa soledad.
El último día lo pasamos en el pueblo, Kumai, donde pudimos conocer un poco más sobre la forma de vida de la población y ver de cerca el impacto de las plantaciones de palma que están asolando la isla. Una situación alarmante que podría acabar con los orangutanes de Borneo en menos de veinte años.
En mi próximo post podréis ver las imágenes y entrevistas que hicimos y de qué forma podemos ayudar a cambiar esta realidad.
Gracias a Norberto y a Come2Indonesia por organizar estos tours de forma sostenible y a nuestro guía, Isai, por enseñarnos tanto. Y gracias a Álvaro Puerto, por captar la magia de estos animales en sus fotografías y compartirlas con nosotros.