El temido Cabo de Hornos
Recuerdo como que si fuera hoy el día que en Colegio nos hablaron de Cabo de Hornos. Ese lugar remoto y para mí inimaginable en el que miles de marineros, 10.000 al menos, habían perdido la vida intentando atravesarlo. Nos contaron que el mar era bravo, que el viento era traicionero y que en unos pocos minutos las condiciones meteorológicas cambiaban con tal rapidez que los barcos de los europeos eran incapaces de aguantarlo. Muchos años después de aquella clase he visitado el que para los Occidentales del siglo XV era ‘El Fin del Planeta’, el último trozo de tierra antes de la inmensidad del hielo…¿Quieres saber cómo es?
De niña no podía imaginar cómo era esa punta dentada de la Patagonia, pero sí pensaba que tendría que ser un territorio dejado de la mano de dios…Y eso es precisamente lo que cuenta también Francisco Coloane, uno de los grandes cronistas de Tierra de Fuego en sus escritos sobre Cabo de Hornos. Relata que ‘los marineros de todas las latitudes aseguran que allí, a una milla de ese trágico promontorio que apadrina el duelo constante de los dos Océanos más grandes del mundo, el Diablo está fondeado con un par de toneladas de cadenas, que él mismo arrastra, haciendo crujir sus grilletes en el fondo del mar durante las noches tempestuosas’. Los marineros creían que el Cabo de Hornos era dominio del diablo y no es de extrañar cuando ves cómo las fuerzas de la naturaleza campan a sus anchas en esas latitudes, aunque a veces no lo parezca porque también te puedes encontrar que el mar esté como un plato
El ‘Stella Australis’ es el único crucero que puede llegar hasta ese lugar tan remoto, pero nadie puede asegurar que los pasajeros vayan a desembarcar porque la seguridad manda y el tiempo es una incógnita que no se resuelve hasta que se llega a las coordenadas precisas…Ese día se madruga bastante porque a las 6:45 hay que estar vestido y con todo el equipo puesto. El amanecer fue gris y sin optimismo, pero es verdad que hasta el crítico momento no hay que perder la esperanza. Reconozco que estaba despierta desde hacía ya tiempo porque la excitación me podía. Bajé con Nori, la fotógrafa que se ha convertido en mi compañera de fatigas durante mi ruta Patagónica, hasta la segunda cubierta donde el equipo toma las decisiones. “Estamos al límite de las condiciones pero parece que vamos a bajar”, nos dicen…”Estamos esperado a que vuelva Mauricio (el jefe de expedición), para comenzar la operación”. Una enorme sonrisa iluminó mi rostro porque reconozco que la tarde anterior había tenido un mal pálpito. Me pareció que no iba a cumplir mi sueño de pisar la tierra más Austral del Mundo y que me iba a volver a casa igual que había venido…Pero nada más lejos de la realidad porque a pesar de lo que ocurrió me llevo en la mochila una experiencia que contaré a mis conocidos sin descanso. Esa ha sido una de las grandes lecciones, Cabo de Hornos es un lugar tan poderoso, que pase lo que pase, marca…
Y lo que pasó es que el jefe de expedición volvió, pero los brincos de la zodiac golpeándose con las olas eran visibles a muchos metros…Y ahí se acabó nuestra esperanza de descender al promontorio. Hacerlo suponía poner en riesgo a tripulación y pasajeros y no merecía la pena, ¡claro está!… ¡Mi gozo en un poco!. Me quedé mirando ese promontorio mítico en el que al menos 800 barcos están hundidos y 10.000 hombres enterrados y pensé en el alma humana y en la fuerza que empuja a alguien a llegar hasta aquí a pesar del hambre, el frío, las tempestades y la enfermedad. En el particular temor que empuja a los navegantes a acercarse y experimentar lo que otros hicieron hace siglos. Es un punto infame, pero también con una mística muy particular, eso es indudable…Y aquí estaba yo…
Mauricio, el jefe de expedición sabía que éste era el día para mi más importante. Se acercó y me dijo: “Eres mala” y yo contesté moviendo la cabeza: “Te lo dije”. “Bueno, no te preocupes que nos inventaremos algo”…Volví a mirar a la única escalera que da acceso al islote y al faro que la armada chilena tiene permanentemente atendido con una persona y su familia. Los que están ahora llevan un año y se encuentran a punto de acabar su misión. Los quedan solo unos días…Ellos son los únicos humanos que hubiéramos visto en los 4 días de travesía por los fiordos. Y nosotros somos las únicas personas con las que pueden charlar en toda la semana, así que ¡qué pena no poder intercambiar impresiones con la familia que ahora vive allí! Porque, ¿cómo llevan esa vida de soledad extrema?, ¿qué hacen para que las horas del año no se alarguen indefinidamente?, ¿cómo se adaptan los niños?, ¿vale la pena la experiencia?, ¿qué lleva a una persona y su familia al confín más apartado del mundo?...¡Tantas preguntas sin contestar! Las fotos desde luego anuncian un sitio paradisiaco si el tiempo y el sol acompañan…¡Fijaros! Pero ese desde luego no fue nuestro caso, ya os digo…
El capitán nos anuncia que vamos a hacer una maniobra que consiste en bordear la isla y salir al mar de Drake para después volver al mismo punto y valorar de nuevo las condiciones…Comenzamos a movernos y cuando nos alejamos de la escalera que señala el punto más protegido de los vientos comenzamos a sentir el verdadero poder de ese Mar que provocó tantos temores durante siglos. Recuerdo haber pensado que una aventura así se vive pocas veces y que tenía que aprovecharla al máximo, así que me subí a la cubierta más alta dispuesta a aguantar el temporal agarrada como pude a la barandilla. Todo lo que sé es el tiempo cambió en apenas unos metros y el demonio que los marineros piensan que yace en el fondo del Mar despertó y desató toda su furia. El frío y el viento azotaban mi rostro mientras el barco se bamboleaba entre grandes olas, dicen que en esta zona llegan ser de más de 10 metros.
Francis Drake, el corsario inglés al que se atribuye el privilegio de haber llegado hasta aquí en 1578 seguro que sufrió tormentas como la que hoy azota al ‘Stella Australis’ . Yo prefiero pensar que antes de él, en el 1526, el intrépido Francisco de Hoces se aventuró hasta estas latitudes, aunque posiblemente ni él ni su gobierno fueron conscientes, o no supieron dejar constancia de la hazaña tan grande que habían realizado…En aquella época la rivalidad entre el Reino Británico y el Español era feroz, pero en lo que se refiere a esta batalla, nuestros antepasados no supieron jugar bien sus cartas, así que actualmente en todo el mundo la zona se conoce como Mar o Pasaje de Drake.
Nosotros apenas salimos mar adentro. No perdemos de vista la costa en ningún momento y ya digo que incluso así me cuesta mantenerme en pie incluso bien agarrada. El capitán nos cuenta más tarde que en ese momento se registran vientos de alrededor de 110 kilómetros por hora. Adolfo Navarro es un marino de pro, parco en palabras y no muy amigo de los medios, que se formó en la Escuela Naval de Chile. Siempre quiso hacer lo que hace ahora. Y asegura que para él es un privilegio y también una responsabilidad traer a gente de todas las partes del mundo a cumplir un sueño, a bajar a Cabo de Hornos y pisar el suelo de un islote protagonista de tanta Historia. “Esta zona exige poner la máxima atención en la navegación porque si no, puede surgir un problema”. Nosotros no tuvimos ninguno, o por lo menos ninguno que el capitán y sus ayudantes no pudieran manejar, así que dimos la vuelta completa y pusimos rumbo a nuestro siguiente destino. Mis preguntas sobre cómo es vivir un año aislado de todo tendrán que esperar, aunque el diploma ya es mío.
También esperaran mis ganas de susurrar el maravilloso poema de Sara Vial frente al monumento al Albatros, la majestuosa ave que sobrevuela estas costas:
Soy el albatros que te espera
en el final del mundo.
Soy el alma olvidada de los marinos muertos
que cruzaron el Cabo de Hornos
desde todos los mares de la tierra
Pero ellos no murieron
en las furiosas olas,
hoy vuelan en mis alas,
hacia la eternidad,
en la última grieta
de los vientos antárticos
Sara Vial