Bahía Wulaia, dominio Yámana
No es el desembarco más espectacular de Australis, pero fue el sitio que los indígenas Yámanas eligieron como asentamiento durante siglos, ¡algo tendría!. Seguro que entre otras cosas una vista que quita el hipo y una energía tremenda que se siente en todo momento. De hecho confieso que desde mi vuelta he soñado varias veces con este lugar, debe de ser que me impresionó más de lo que pensaba. Nos adentramos en Wulaia, ‘ la bahía bonita’ en la que desembarcaron Darwin y Fitzroy.
Adentrarse en territorio Yagán es hacerlo en un fascinante bosque de pura lenga en el que han aparecido arpones de hace 7.000 años. Mientras vamos subiendo a una pequeña colina es fácil visualizar a los Yámanas que dominaron el territorio totalmente desnudos. Su única protección contra el frío y el viento que azotaba sin piedad era una buena capa de grasa de lobo o ballena. Claro que eso les costó que el capitán del Beagle, un hombre que no se había duchado durante un año, hablara de ellos como pequeñas criaturas pestilentes.
Los Yámanas eran canoeros y aunque construían casas de madera, no las habitaban durante periodos muy largos porque eran nómadas. El bosque está precioso, solo perturbado por la acción destructora de unos habitantes que no son bienvenidos, los castores. Los canadienses los introdujeron en el ecosistema en 1945. Su piel se había puesto de moda y alcanzaba grandes precios en el mercado, así que un grupo de avezados comerciantes decidieron soltar 50 ejemplares de esta especie para que se desarrollaran y sacar beneficio económico. Para empezar no se sabe cuántos machos y cuántas hembras dejaron en libertad. Pero es que además, se les colaron ejemplares de la conocida como rata almizclera, un roedor agresivo y peligroso. Al desaparecer los depredadores típicos de su especie, los castores dejaron de tener el pelo brillante que tanto gustaba a las señoras norteamericanas y europeas. Y por si fuera poco, al adaptarse al clima, menos frío que el de su Canadá natal, su piel se volvió delgada y difícil de trabajar. Otro enorme problema es que comen árboles que en el norte del continente crecen en dos años, pero que aquí tardan entre 50 y 70. Para colmo de males y en un intento por arreglar el ‘estropicio’ que ya dañaba el ecosistema se decidió introducir visones, voraces e insaciables, que deberían de haber acabado con los ‘intrusos’, pero que finalmente se dedicaron a comer huevos de albatros, petreles y demás especies, algunas de las cuales están ahora en vías de extinción.
A pesar de la acción humana, Bahía Wulaia se conserva preciosa. Si fuera una mujer diríamos incluso que ha envejecido muy bien y eso tiene que ver con que sus primeros y principales moradores se adaptaron a ella sin agredirla. Patricio Guzmán relata con profunda emoción y belleza la triste historia de los Indígenas de estas tierras en el documental ‘El Botón de Nácar’. Hablamos de gente que vivió siempre en perfecta armonía con el agua y que se alimentaba de lo que el agua les traía. Algunos descendientes vivos de esta tribu cuentan con total naturalidad una hazaña que ahora sería totalmente impensable. A los 12 años, Martín G. Calderón atravesó Cabo de Hornos con su padre en una canoa. Era apenas un niño, pero hoy todavía recuerda cómo soplaba el viento. Aunque nos parezca un milagro sobrevivió a esta aventura que quisiera repetir, aunque sabe que es casi imposible. Y eso que canoa tiene. Una que ha construido él mismo y que asusta a los buques que la ven cerca, por su pequeño tamaño.
El agua es parte de su familia. Los Yámanas aceptan los peligros que le trae el mar, pero también todo lo que les ofrece. Igual que Gabriela Paterico una Taguasca, que no se siente chilena…En un país de costas tan grandes, 4.200 kilómetros, los Indígenas de la Patagonia fueron el primer pueblo marítimo. La llegada de los Europeos fue para ellos una auténtica maldición y el principio de fin. Los extranjeros construyeron escuelas, les arrebataron sus costumbres, les vistieron y les pegaron enfermedades cuyo sistema inmunológico no podía afrontar. Hubo cazadores de indios, que llegaron a pagar un libra por cada testículo de índio. Así comenzó el exterminio que ha finalizado con apenas 20 supervivientes de aquel genocidio terrible y voraz.
Y sin embargo contemplando desde lo alto la Bahía de Wulaia, la ‘Bahía bonita’, comprendo que ellos fueron los únicos que entendieron de verdad esta tierra. Ellos comprendían el idioma del agua y se enfrentaban a él sin miedo, conociendo sus reglas. La mujeres proveían de alimento a la familia y en contra de lo que se cree demostraron durante siglos ser muy buenas navegantes…Ellas marcaban el rumbo de la caza y se lanzaban a por ella
Las fotos en las que aparecen pintados son del ‘Hain’, el rito de iniciación a la adolescencia de los Onas o Selk’nam, una de las 5 tribus fueguinas junto a los Aonikenk, Manekenk, Yámanas y Kaweska. Era una ceremonia muy importante que convertía al niño en hombre.
El desembarco de Darwin marcó un hito que se recuerda en una placa que se ve en la casa de la foto. Allí la compañía Australis ha organizado una pequeña exposición que pretende servir de centro de interpretación de las desgraciada historia de los pueblos autóctonos de Patagonia.
El jefe de expedición, Mauricio Álvarez posa en este lugar que según me confesó es uno de sus ‘landing’ favoritos. Es verdad que no es el más espectacular, pero tiene algo. Quizá el espíritu de los Yámanas que todavía sigue vagando por entre las copas de los árboles huyendo de los humanos blancos que tanto daño les han hecho.