Lo recuerdo como una de las experiencias más impactantes de mi vida, quizá porque había oído hablar tanto de él que tenerlo delante era casi increíble…El Muro de las Lamentaciones de Jerusalén es el lugar más sagrado para el judaísmo y uno de esos sitios en los que se percibe la energía de la fe, esa energía tan poderosa que según el refrán mueve montañas… Hoy os cuento mi experiencia en este descomunal pedazo de pared al que acuden a diario miles de personas. Una especie de sinagoga gigante al aire libre como no hay otra igual ¿Qué tiene de distinto?, ¿por qué es tan importante?, ¿qué se siente estando dentro?...Lo vemos…
Mi primer acercamiento fue quizá el más impresionante que se puede tener porque fue un viernes por la noche, cuando una multitud de hebreos celebran la llegada del Sabbat. El lugar está muy animado y se pueden ver familias enteras pasando por los arcos de seguridad por los que se accede al espacio. La primera sorpresa es que los hombres y las mujeres no se juntan. Tienen lugares separados, y el de las féminas es muchísimo más pequeño que el de los hombres por lo que nos encontramos filas y filas de mujeres, vestidas de forma recatada, y balanceándose incesantemente.
Las fotografías que aquí os muestro están hechas con móvil. Entended que es un espacio sagrado para millones de personas en el que por educación y respeto hay que intentar pasar desapercibido y molestar lo menos posible. No son perfectas, pero os mostrarán la realidad de un lugar especial y de un momento, la llegada del Sabbat, de masiva afluencia…Antes de seguir vamos a recapitular algunos datos y recordar algo de historia. El muro de las lamentaciones se levantó hace más de 2.000 años y es en realidad un muro de contención, el que sostenía la parte más externa del Monte del Templo donde se encontraba el Segundo Templo, ese que impulsó Herodes El Grande. Fue destruido por los Romanos, pero según los extremistas religiosos judíos, la presencia divina sigue presente. De hecho durante mucho tiempo los más radicales no pisaban ese emplazamiento porque en la antigüedad era exclusivo del Sumo Sacerdote.
Durante el período otomano, se convirtió en el centro de peregrinación de muchos hebreos que venían a llorar y lamentar su perdida, de ahí el nombre. En ese momento solo había un estrecho callejón para rezar porque las viviendas estaban casi pegadas a las enormes piedras que hoy podemos ver. Después de la Guerra de los Seis días esas construcciones fueron demolidas y apareció la plaza que hoy tenemos ante los ojos…Volvemos al pequeño espacio reservado para las mujeres. Recuerdo especialmente a una chica muy joven, que parecía muy guapa y que se movía con sordo dolor en medio de la multitud.
La observé durante bastante tiempo porque me impresionó su fuerza y también su sentimiento. Tenía el libro sagrado tapándole la cara. Se la veía totalmente aislada en el espacio y el lugar…Y así permaneció al menos los 20 minutos que estuve obnubilada con la cantidad de escenas curiosas que se sucedían a mi alrededor.
Al final me abrí paso para intentar meter en alguna diminuta ranura del muro el papel en el que había escrito mis más íntimas peticiones. Todos tenemos nuestras heridas y nuestros pequeños o grandes dolores, esas cosas que solo sabe tu dios y tú y que íntimamente deseas que se conviertan en pasado. El muro está lleno de esos papelillos enrollados en piedras que tienen un desgaste de cientos de años, aunque para todo lo que han vivido se diría que se conservan más que bien. En los 60 metros de muro se reconocen distintos tipos de canteras. La enormes filas inferiores están hechas de piedras herodianas, se reconocen por los bordes tallados. Las superiores datan de la época de la construcción de la mezquita de Al-Aqsa. Mirar esa enorme mole desde abajo produce impresión y hace reflexionar sobre el aplastante poder de la historia…Los romanos demolieron el Segundo Templo, pero ni toda esa fuerza bruta, ni el abandono posterior sirvieron para hacer desaparecer una pequeña parte de ese Templo que en su tiempo fue un hito arquitectónico.
Otra de las grandes sorpresas del lugar es la parte cubierta. Sí, sí, aunque nunca la veamos existe un pasaje debajo del llamado arco de Wilson, casi más grande que la exterior. Solo acceden a ella los hombres y era el lugar por el que los sacerdotes en la Antigüedad subían a la zona sagrada. La parte masculina despierta mucha curiosidad. Recuerdo que estuve un buen rato observando por las rendijas lo que se ‘cocía’ en el otro lado...Al salir, subiéndome a una silla pude asomarte un poco a este ‘microcosmos’ en el que la vida, la realidad y la religión se dan la mano. Hay multitud de judíos ultra ortodoxos vestidos de negro que se balancean sobre los talones y que inclinan la cabeza para rezar. Es un mundo muy curioso, en el que cada parte del atuendo significa algo. Mi guía, del que ya os he hablado, Riki, nos decía que si sabíamos verlo cada uno de ellos eran distintos y se comportaban de manera diferente. Los vestidos que usan, incluso algunos hombres jóvenes, son muy chocantes, igual de chocante que es su peinado porque los tirabuzones son frecuentes.
El Muro tiene mucha mágica, sobre todo cuando está iluminado. Es un inmenso faro en medio una ciudad en penumbra que nos recuerda la importancia de este pequeño pedazo de fortaleza que dirige el camino de millones de personas.