Ibiza en invierno
Más allá de sus aglomeraciones estivales y de sus llenos absolutos durante el verano, Ibiza guarda mucho encanto cuando llega la temporada menos cálida. Se convierte en otra ciudad totalmente distinta que ofrece la posibilidad de llegar al fondo de su identidad, rica y repleta de pueblos -fenicios, púnicos, romanos, bizantinos, vándalos, árabes y cristianos- que han dejado su huella. Hoy nos paseamos por Ibiza, ‘La Isla Bonita’ también cuando se van las hordas de turistas.
El inicio del recorrido pasa forzosamente por la ‘Dalt Vila’ delimitada por las murallas que se comenzaron a construir bajo Carlos I y que se concluyeron en el reinado de su hijo Felipe II. Fueron diseñadas por un italiano a prueba de piratas, turcos y otros invasores del Mediterráneo que siempre codiciaron dominar el lugar. Dos kilómetros de fortificación y 7 baluartes considerados como las murallas renacentistas mejor conservadas de toda Europa. Pasear por las calles de la Dalt Vila es sumergirse en un mundo de tranquilidad y paz. De misterios que se esconden tras sus puertas. Parece un sitio inmutable incluso cuando el jaleo se apodera de la capital durante el verano. Entre estas calles empedradas y angostas pasó largas temporadas el poeta Rafael Alberti. Aquí le pilló, por ejemplo, el incio de la Guerra Civil.
Dentro de la muralla están los edificios embrionarios de la capital: el Castillo y la Catedral. El primero lleva años en obras. Quieren hacer un Parador, el primero que habría en todas las Baleares, y el lugar verdaderamente lo merece porque la vista es inmejorable. Pero los trabajos se retrasan. El lugar es quizá el mejor para contemplar la belleza de la zona y sentir la magia de un territorio codiciado por todos los pueblos que han dominado el Mediterráneo.
El otro punto neurálgico del corazón pitiuso es la Catedral de Nuestra Señora de las Nieves. Sorprende el nombre en un lugar que casi no recuerda la última vez que se tiñó de blanco. Tiene que ver con el día en el que los Cristianos conquistaron la Isla . Cuenta la leyenda que un moro despechado permitió que los soldados católicos se colaran en la ciudadela. Eso fue en agosto de 1235. La festividad más cercana era la Virgen Blanca y de ella cogió su nombre. El edificio se levanta sobre las ruinas de una mezquita y un templo fenicio; y su interior sorprende por su sencillez y elegancia. No está nada recargado, las paredes encaladas, los santos escasos, los espacios amplios…La estructura exterior recuerda las edificaciones feudales, lo que no es de extrañar porque Eivissa, el lugar sagrado de dios ‘Bess’, es una de las ciudades más antiguas del Mediterráneo.
Al final del templo, otra curiosidad: una placa recuerda a los 113 asesinados durante la Guerra Civil a manos de los Republicanos. El primero de ellos, Abel Matute, un antepasado del empresario balear. Quien siga leyendo caerá en la cuenta de la cantidad de nombres y apellidos que se repiten. En la Isla siempre existió la tradición de llamar al primogénito como al abuelo, y al segundo vástago como al padre: Antonio, José, Juan, Miguel... Estos nombres se cuentan por pares.
En la isla no hubo nunca nobles, pero sí hay escudos heráldicos en los dinteles de palacetes más significativos de la zona alta. Pocos se resistían a buscar un pedigrí que no siempre correspondía con la realidad. En vuestro descenso pasaréis por una Capilla de San Ciriaco, el patrón de la ciudad y por la fundación de Nito Verdera, periodista ibicenco que defiende la sorprendente idea de que Cristóbal Colón nació en Ibiza.
Entre restos de glorias pasadas de fenicios y árabes encontraréis también glorias recientes como el Restaurante ‘El Corsario’, uno de los que fue más populares del lugar por su selecta clientela (Onassis era habitual) y el ‘Hotel el Palacio Ibiza’ que tiene en su muro la huella de artistas y gente de la cultura como Penélope Cruz.
Otro punto imprescindible de la Dalt Vila es el Museo de Arte Contemporáneo que se ha construido sobre la Casa Mata del Baluarte de San Juan. Se inauguró en los años 60 cuando la Isla recibía a muchos artistas que huían de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Eivissa se convirtió en su refugio y también en su inspiración. El proyecto de ampliación es moderno, pero perfectamente integrado. Eentre sus paredes cuelgan obras de Antonio Hormigo, Tapiés, Frank El Punto o Martí Ribas…
Adentrarse en la zona del antiguo puerto de pescadores es experimentar la ciudad de Ibiza en toda su diversidad. Afectado por la estacionalidad, el invierno convierte esta zona en un remanso de paz. Algunos comercios están cerrados, pero otros continúan abiertos y es el momento de brujulear y ver la última moda en marcas y tendencias. Atención al curioso abanico de gente que circula en las estrechas callejuelas. Muchos de ellos son ibicencos de pro o personas que han elegido la ciudad como residencia en el momento en mayor calma. Sentaros en una terraza y disfrutad del tiempo, normalmente cálido y del sol que brilla como en pocos sitios.
No os podéis marchar sin observar el Monumento a los Corsarios, uno de los dos únicos que hay en todo el Mundo. Se trata de un homenaje público a los corsarios que arriesgaron su vida para defender Ibiza de los ataques ingleses de principios del XIX. En esa época la quisieron los ingleses, pero antes habían sido otros pueblos los que estuvieron dispuestos a conquistarla a cómo diera lugar. Muchos han intentado conquistarla a través de los siglos. Y es esa genuina mezcla entre autenticidad y cosmopolitismo lo que la hace tan mágica. Aprovechad estas fechas para conocerla, porque Ibiza, ahora, sin el ejército de turistas que la invaden en verano, es más verdadera que nunca.