Voy a mostraros el tesoro que me han traído los reyes. La enorme fortuna que se esconde en este libro mágico que nos recuerda que los textos impresos nunca desaparecerán del todo porque no hay placer que se parezca al de pasar las páginas de un volumen con vidas fascinantes e ilustraciones maravillosas.
Todo viajero esconde en el fondo de su alma un explorador que sueña con adentrarse en lugares vírgenes nunca transitados. Los hombres y mujeres que con su espíritu llegaron a esos territorios infinitos dejaron constancia de su impresiones, sus experiencias, sus miedos y sus alegrías en cuadernos que ahora acaba de publicar Geoplaneta en un libro que es un tesoro para guardar con mimo en cualquier biblioteca.
‘Exploradores. Cuadernos de viaje y aventura’ recoge una selección de las historias de 70 exploradores, algunos famosos, y otros totalmente desconocidos, aunque no por ello menos interesantes, que muestran su trabajo más íntimo en condiciones vitales y climatológicas totalmente adversas. Un libro que nos remonta a una época en la que no había cine y en la que las palabras apuntadas en estos pequeños cuadernos eran la única manera de explicar al mundo cómo eran algunas especies de plantas y animales, tribus o comunidades desconocidas en Occidente. El diario se convertía así en un vehículo para dejar constancia de su día a día para este grupo de cartógrafos, botánicos, antropólogos, escritores y demás artistas que eligieron una vida diferente, llena de incertidumbres y retos.
Adentrarse en los apuntes de ‘Exploradores. Cuadernos de viaje y aventura’ es quedar atrapada en historias como la de Roald Amundsen, un noruego que estaba destinado a ser médico y que acabó dirigiendo la primera expedición a la Antártida que llegó al Polo Sur; o la de John James Audubon que entregó su vida a pintar la belleza de la flora y fauna de Estados Unidos y que murió en la indigencia más absoluta; o en trayectorias como la de William Beebe que escribió en su diario a los 16 años que ‘ser naturista era mejor que ser rey’. Él descubrió y pintó algunos de los secretos más escondidos de los arrecifes de coral muchísimo antes que el famoso Cousteau…
Al avanzar en sus páginas comienzan a aparecer las sorpresas…Por ejemplo la valentía de un buen puñado de mujeres que se atrevieron a plantar cara a la sociedad victoriana para explorar mundos prohibidos para las costumbres convencionales de la época. Ese es el caso de Getrude Bell, nieta de un famoso industrial y político de la época que con 23 años ya se había licenciado en Historia Moderna por Oxford, se había ‘plantado’ en Persia y había escalado varias montañas en los Alpes. Ella fue la primera mujer espía del Servicio de Inteligencia británico y la única exploradora en un mundo dominado totalmente por hombres. Getrude Bell era resuelta, hacía amigos con facilidad, hablaba con fluidez 8 idiomas y tenía grandes conocimientos de geografía y de antropología. Decía que al igual que otros coleccionaban flores o mariposas, ella coleccionaba gente. Y así tuvo que ser porque sabemos que trabajó con Lawrence de Arabia y se ganó la confianza de Churchill, al que ayudó a trazar las fronteras de la nueva Irak. Murió en Bagdad y fue enterrada como lo que se la consideraba en vida, ‘una reina sin corona’.
Otra historia fascinante es la de otra fémina adelantada a su tiempo, Adela Breton, una dama inglesa de pura cepa que comenzó su carrera de intrépida arqueóloga y antropóloga pasados los 50. Soltera y rica, se prendó de las pirámides de Chichen Itzá ocultas en la selva del Yucatán, y para ella ya no existió lugar más fascinante en la tierra.
Atención a Amelia Edwards, la considerada como madrina de la egiptología moderna, que es para mi otro de los grandes ‘recorridos ‘de estas páginas. Pintó una y otra vez el templo de Abu Simbel y los ‘colosos’ de sus fachadas…Lo hizo incluso de noche, cuando las sombras los deformaban hasta hacerlos irreconocibles. Egipto ha sido siempre uno de los destinos más exóticos y atrayentes que nuestra civilización ha imaginado. Eso debió de pensar el tristemente conocido Howard Carter, descubridor de la tumba de Tutankamón. Carter fue formado por su padre, el artista Samuel John Carter en las técnicas de dibujo y pintura. A los 17 años zarpó a Egipto y allí se quedó trabajando en los distintos puestos que fue encontrando hasta que el quinto Conde de Carnarvon financió las excavaciones que le harían famoso. Eso sí, tal y como quedaron registrados en sus diarios, la campaña no fue nada fácil y ‘bajar con una cuerda a medianoche hasta una cueva llena de ladrones se convirtió en un pasatiempo no carente de emoción’.
En este libro comprobaréis, entre otras cosas, lo gran artista que era Carter. Fijaros en la acuarela que reproduce el Horus o dios del halcón del Bajo Egipto encontrado en el templo de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahari. Mirad también las pinturas de Godfrey Thomas Vigne, un abogado rico que se convirtió en explorador y que a menudo viajaba disfrazado para satisfacer su pasión por el arte. Sus incursiones llegan desde Estados Unidos hasta Persia y Afganistán, aunque me gustan especialmente los dibujos que de él han quedado de La India. Y también los bocetos de Henry Oldfield, un cirujano que tiene unos cuadernos llenos de escenas cotidianas de la vida de Nepal…
Cómo veis la lista es muy larga y muy interesante…Son 70 hombres y mujeres por los que no he podido evitar sentir cierta envidia. Tuvieron la valentía de dejar, en la mayoría de los casos, una vida acomodada que les ofrecía todo, pero se marcharon a conocer nuevos mundos impulsados por un espíritu tan grande que todavía hoy resuena en el tiempo.