No hablamos de un lugar en el que se dan cita religiosos, ni de un monasterio en medio de la naturaleza. El Valle de los Monjes es el sorprendente paisaje dibujado por las formaciones rocosas que se originaron hace millones de años en los alrededores de Creel, una imprescindible parada del archiconocido Ferrocarril ‘Chepe’ que atraviesa casi todo Chihuahua. Este rincón alejado del mundanal ruido tiene el encanto de las estampas imposibles, casi extraterrestres. La imaginación popular presiente monjes con túnica y cabeza, donde en realidad no hay más que singulares formaciones calcáreas esculpidas a base de siglos.
Esta singular parada es una excursión de obligado cumplimiento cuando se desembarca en Creel, delicioso pueblo mexicano bautizado hace 110 años con el nombre del gobernador de Chihuahua, Enrique Creel Cuilty, principal impulsor de los Ferrocarriles del Estado. Su busto preside la plaza principal del pueblo, punto de reunión de los habitantes locales y lugar de visita para la mayoría de los visitantes por una tienda museo de gran interés. La ‘Casa de artesanías del estado de Chihuahua’ es un curioso establecimiento con una excelente colección local de las manualidades tarahumara a través de sus vestimentas, utensilios y todo tipo de artilugios.
Los indígenas Rarámuri son fáciles de distinguir en todo Creel… Aparecen con sus vestimentas peculiares, sobre todos las mujeres, llenas de preciosas faldas y corpiños bordados salpicados de adornos. A pesar de su proximidad siguen siendo un enigma y ni siquiera el origen de su nombre se conoce con certeza. Algunos sostienen que originariamente eras los ‘ralamuli’, hispanizado después como los ‘rarámuri’, los que viven en un ‘lugar árido y arenoso’. Ellos mismos, sin embargo hablan de sí mismos como ‘tarahumaras’, ‘pie de corredor’ o ‘pie alado’, haciendo referencia a su legendaria fama de corredores de fondo.
Pueden llegar a aguantar kilómetros y kilómetros sin detenerse y con la única ayuda de sus ‘huaraches’, sus sandalias hechas a mano con suela de neumático y tiras de cuero. Hay quién incluso se atreve a afirmar que son los mejores corredores del planeta porque cuando se han enfrentado a importantes atletas de esta categoría siempre han ganado a sus oponentes. Quizá su secreto radique en que ellos se mueven en este entorno escarpado desde que nacen y que las carreras son la única forma de comunicarse con las otras comunidades de tarahumaras dispersas por todas las barrancas…
Viven en el fondo de los cañones, lo hacían antes de que los Españoles llegaran, pero de vez en cuando bajan a las poblaciones para vender sus productos y sus artesanías, en muchas ocasiones su única forma de subsistencia. Ese es el caso del señor que os quiero presentar hoy. Aquí tenéis a Don Andrés. Construye violines… y sombreros y canastos, pero sobre todo violines. Un talento remarcable en un lugar, Batopilas, la población en la que vive, reconocida por su vínculo musical. De allí es por ejemplo, Romeyno Gutierrez, el primer pianista ‘rarámuri’ que pasea por el mundo su talento. Pero volvemos a Don Andrés que es la persona que hoy nos interesa. Lo primero que llama la atención es que Don Andrés es cojo. Sufrió un accidente en la pierna hace tiempo y la falta de la adecuada atención médica le pasó factura. Pero los indígenas no permiten que las tragedias limiten su vida. Hay que seguir luchando y ahora llega a Creel acompañado de su mujer y de su nieto Rodrigo, huérfano desde hace unos meses. Es un gusto oír tocar a Don Andrés. Arranca sonidos de seda en un instrumento esculpido con mano de hierro.
Para volver a nuestro punto de inicio, nos subimos en un ‘cuatrimono’, quads para nosotros, con el que nos pasearemos por los alrededores de Creel, una buena manera de disfrutar de los caminos y la tierra chihuahuense antes de reponer fuerzas en el ‘Hospital de Crudos’, restaurante popular de la localidad, conocido por sus pozoles, burritos y birrias, sopas típicas de gran sabor que os harán enamoraros, si es que no lo estáis ya, de la maravillosa gastronomía tradicional mejicana. ¡Qué aproveche!