Fue una de las ciudades más deslumbrantes y dinámicas de toda Asia, y es uno de los lugares más fascinantes históricamente hablando de Tailandia. Ayuthaya, la capital del Reino de Siam que entre 1350 y 1767 llegó a tener casi 500 templos. Los que hoy quedan en pie son un recordatorio de la grandeza de un imperio que llegó a dominar una enorme extensión que hoy comprende además de Tailandia, parte de Laos, Camboya y algo de Malasia. Ayuthaya regentó la capital del reino durante 400 años y si el que tuvo retuvo, hoy esta ciudad conserva mucha de esa belleza intacta.
Es de hecho un buen punto de partida para conocer el país. Está a solo una hora y media de Bangkok y puede ser una buena alternativa para esquivar la capital caótica y bulliciosa nada más aterrizar. La luz de Ayuthaya es deslumbrante y activa los sentidos hasta tal punto de que no hay forma de descansar aunque tu cuerpo lo reclame. Mi hotel, el ‘Sala Ayuthaya’ se encuentra en un lugar privilegiado y desde mi habitación se divisa uno de esos fabulosos templos que hace 3 siglos fueron el orgullo del reino. Desayunar contemplándolo es un placer enorme que ya prepara para todas las sorpresas del día.
Si por mi fuera recorrería todos los templos que hay en la ciudad, uno a uno, porque son edificios absolutamente hipnóticos en su belleza. Estuvieron recubiertos de una fina capa de oro que hoy ha desaparecido. Queda el ladrillo típico de la zona, pero el rústico material no hace sino resaltar su grandeza y elegancia. Sus líneas depuradas y exóticas trasportan al viajero a otra época muy lejana que hemos conocido en las películas y estos templos son la prueba de que aquel reino de ensueño existió de verdad.
El recorrido puede empezar por varios sitios, pero yo voy a elegir el Wat más fotografiado de toda la ciudad. Es el Wat Phra Mahathat, el conocido como Templo de la Reliquia. Aquí está una cabeza de Buda de arenisca misteriosamente apresada entre las entrelazadas raíces de un árbol. Nadie sabe cómo acabó allí. Algunos dicen que fue abandonada tras el saqueo birmano de la ciudad. Otros, que unos ladrones la intentaron robar, pero su excesivo peso hizo imposible la operación. En cualquier caso hoy por hoy es el punto más buscado de este lugar tranquilo y mágico lleno de Budas decapitados.
Un jardín cercano propicia que los lugareños se acerquen a pasear y también a sacar fotos a sus hijos pequeños. Es interesante ver la paciencia de los padres para que sus descendientes posen junto al iluminado. Parece que la popularidad de Buda goza de buena salud.
El atardecer es especialmente hermoso desde el Wat Chai Wattanaram. Hace 40 años la jungla cubría totalmente este fabuloso templo levantado en el siglo XVII por el Rey Prasat Thong. Las guerras, las invasiones y el saqueo posterior no han conseguido destrozar la majestuosidad de su impresionante Prang central de estilo jemer. Sus 35 metros de altura desafían a los turistas que intentan coronar la cumbre del monumento en el mágico momento en el que sol se está marchando. El astro en esta época del año se va pronto, pero se despide con tal paleta de colores que el atardecer se convierte en una fiesta.
Compensa madrugar en Ayuthaya. La ciudad está ya despierta y en plena ebullición cuando el sol todavía no ha aparecido en el horizonte. Es el momento ideal para subirse a un ‘túk-túk’ y atravesar la metrópoli de punta a punta. Los triciclos a motor zumban por las calles con todo tipo de colores y dibujos. Descarados, no se achican frente a coches y autocares con mucha más potencia y volumen que ellos hasta llegar a su meta, el Wat Yai Chai Mongkhon. Este monasterio fue mandado construir en 1357 para albergar a monjes de Sri Lanka. A primera hora comienzan a llegar los fieles. Hablo con un profesor de instituto que me pregunta de dónde soy nada más mirarme a la cara. Mis rasgos no mienten y no es habitual encontrar turistas tan pronto. Es un hombre amable que quiere saber si me gusta su país y qué pienso de él. Como ya he dicho lo mejor de Tailandia son los Tailandeses y una vez más puedo disfrutar de su amabilidad y cercanía.
Los animales también se pasean a sus anchas dentro del templo. Me llama la atención la presencia de 3 o 4 perros y algún gato. Son de distintas razas, pero se relacionan entre ellos sin rivalidad. Debe de ser que hay comida para todos.
Los monjes se han levando hace rato, hacia las 5 de la mañana, pero es a eso de las 7 cuando suena la llamada a la oración. Es un ‘gong’ tras el que los perros aúllan y los religiosos vestidos con túnica naranja aparecen poco a poco. Hasta los más mayores vienen a pesar del esfuerzo. Uno de ellos, de bastante edad, me habla en tailandés. Yo respondo en inglés, pero da igual, ni yo le entiendo una palabra, ni él a mi. Se ve en sus ojos que es una persona bondadosa. Nos quedamos los dos mirándonos como quien ve por primera vez a un ser humano de otra raza y reanuda su marcha todo lo rápido que puede apoyándose en el bastón… Están a punto de comenzar los rezos, oraciones que por cierto contempla un perro junto a los monjes y frente a la imagen de Buda, dentro de la zona más sagrada, esa que los humanos solo pueden pisar descalzos. Los animales se pasean por todo el recinto como si fuera su casa.
La espiritualidad de los Tailandeses se percibe en cuanto paseas por cualquier ciudad. Frente a las casas aparecen una especie de templos en miniatura con ofrendas y comida. Juanito, mi guía de sonrisa perpetua y soluciones para todo, explica con mucho desparpajo que en su país después de construir la vivienda para la familia había que hacer otra para el espíritu. A éste se le pone a diario comida, la misma que se hace para los habitantes de la casa. Comida que suele desaparecer porque el espíritu tiene también sus amigos, añade, perros, gatos, pájaros, a los que también invita al festín.
Casi tan venerado como Buda en Tailandia es su Rey. Bhuminol Adulyadej, Rama IX, acaba de cumplir 87 años y es el Monarca que más tiempo lleva en su cargo, superando incluso a la Reina de Inglaterra. Su cumpleaños ha sido el día 5 de Diciembre y para decepción de muchos no ha aparecido en la Audiencia Pública. Hace tiempo que su estado de salud es muy delicado y sus no-apariciones desatan un torrente de rumores que no favorecen la estabilidad del país. Los Tailandeses no le habrán visto el día 5, pero le ven a diario en carreteras y edificios públicos como hospitales, ayuntamientos, hoteles, monasterios... Su imagen y la de su mujer está por doquier en fotografías gigantes que te encuentras a pocos metros la una de la otra. Cuando llega principios de diciembre empapelan el país con altares en su honor y banderas amarillas que corresponden al día de la semana en el que nació el soberano, el lunes. Es la otra divinidad de un país exótico y fascinante que no os podéis dejar de visitar al menos una vez en la vida. Aunque pisarlo una vez es tener la seguridad de que vas a querer volver.