Esta mañana un soldado abría la puerta de este hangar para refugiarse de la lluvia y allí estaba Yamato. “Estoy hambriento”, fueron sus primeras palabras. El militar le dió un poco de pan y arroz antes de comunicar al mundo la buena noticia. Acurrucado en estos colchones, así encontró al pequeño japonés de 7 años, castigado por los padres con bajarse del coche por desobediente, al pequeño que tuvo a todo Japón con el alma en vilo porque fíjense la zona boscosa habitada por osos donde vagó casi una semana. “Estaba a siete kilómetros de donde desapareció”, dice el coronel. En este lugar le buscaron el lunes y no estaba. Ahora se recupera en el hospital con signos de hipotermia y deshidratación. Su padre apenas podía hablar, “he pedido perdón a mi hijo por el daño que le he causado”. Un arrepentimiento con final feliz, mucho alivio y ganas de que Yamato cuente cómo consiguió sobrevivir.