El secuestro de Salem de 8 años tuvo un final feliz y lo que pudieron ser lágrimas se convirtieron en aplausos. La angustiosa historia arranca con un empujón, el que le da a la madre el secuestrador dejándola tirada en el suelo. El hombre coge a la niña y se la lleva en su coche. Los gritos de la madre son desesperados. "¡Ayudadme, ayudadme, mi hija acaba de ser secuestrada!", grita con desgarro. Uno de los vecinos confiesa que no pudo ver ni el color ni el modelo del coche. Se lamenta.
Pero la cámara de su casa sí captó la secuencia. Suerte. La que se necesita en estos casos. El coche ha sido identificado. Es un Sedán gris, de cuatro puertas. El secuestrador es un hombre calvo, afroamericano. La policía se lanza en su búsqueda. Pero es un amigo de la familia quien encuentra el coche en un motel. Han pasado ocho terroríficas horas. La policía entra de madrugada en la habitación. Allí dentro se encuentran Salem, la niña y su secuestrador. "La tenemos", comunica por radio la policía ante le júbilo de todos. Los vecinos respiran aliviados. Otro pizca de suerte. La que no se da en otros casos. El secuestrador, con antecedentes por agresión sexual, no había hecho nada aún a la niña. Todos se felicitan por el afortunado final. Porque la historia no pintaba bien. No.