La mente hipster de Wes Anderson
Hoy nos subimos a la casa más absurda del edificio. En el Séptimo A hay tonos pastel, simetría y un surrealismo tan perfeccionista capaz de plasmar el sueño más dulcemente psicodélico que se pueda haber tenido nunca tras una noche desenfrenada.
Se ha estrenado hace unos días ‘Isla de perros’, la versión más socialista de Wes Anderson. Se la aconsejo, por supuesto, pero para no aguarles las expectativas prefiero centrarme en la cabeza pensante de todo ese simétrico alboroto.
Este señor nació en Texas. Alucinante. Pongan en google “típico hombre texano” y verán que la sutileza y detallismo no son sus componentes habituales. Pues bien, para que se hagan una idea, cuando tenía 12 años - según cuenta Juan Sanguino en su reciente entrevista - organizó una presentación con diapositivas a sus padres para convencerles de que irse a vivir a París para estudiar era la mejor opción. Una presentación con diapositivas. Con diapositivas. Yo a los 12 años solo pensaba en el recreo, en el chico mono de la mesa de al lado y en lo guay que sería no estudiar, en general, nunca, y menos en París.
Es un tipo tan sutilmente excéntrico que hasta en Wikipedia existe un apartado “curiosidades”, por tanto, poco puedo agregar yo, más que instarles a ver su filmografía entera.
La simetría le obsesiona casi más que al propio Kubrick. Y se convierte en pintor usando para cada cinta una determinada paleta de colores, capaz de envolver la historia en un universo concreto, distinto, especial, tremendamente dulce. Que no cursi.
Obras totalmente teatrales en las que largos planos secuencia engloban actores tan caracterizados, que entran y salen, que a veces obligan a la cámara a girarse a 90 grados para no perder la acción, y en la que las conversaciones se dan casi mirando a cámara, sin el juego de ángulos habitual. No es nada natural, parece, y sin embargo terminas por verlo totalmente normal.
Todo meticuloso, cuadriculado, perfecto. Y sus personajes caricaturizados pero hiperrealistas al mismo tiempo, viviendo situaciones anormales, por supuesto. Y entre ellos, además de Bill Murray, por supuesto debe haber algún inmigrante exótico - a ser posible indio - que le de un toque aún más peculiar.
¿Recuerdan el Gran Hotel Budapest? Pues no existe. Al menos la fachada y ese fondo, que fueron pintados a mano por Michael Lenz, inspirado en los paisajes de Caspar David Frierich. Por lo visto Williem Dafoe alucinó cuando Anderson le mostró un storyboard animado de toda la película en el que él mismo hacía las voces de todos los personajes. Por favor, díganme si es no es ponerle pasión al asunto.
Anderson tiene su propia canción. Se la recomiendo también, de los italianos “I Cani”. Aunque lo que más me ha sorprendido de este señor es que su película favorita sea “La semilla del diablo”.
Con todo esto quiero decirles que merece la pena observar el trabajo de un genio. Y ya verán como en algún momento querrán convertirse en uno de sus personajes. Y cuando salgan del cine querrán mimetizarse con esa atmósfera de ensueño, perfecta, surrealista… y tremendamente auténtica.
Antes de irme quisiera recomendarles una cuenta de Instagram: “accidentallywesanderson”. No sé quién la gestionará, pero recoge lugares del mundo que podrían haber salido de la mente hipster de Wes. Un gusto, la verdad, y una buena alternativa a las cuentas de comida, modelos o gatitos.