Con el ceño un tanto fruncido, mirada en ocasiones lasciva, aspecto enclenque, desgarbado, como fuera de lugar. Un tipo que observa de reojo, quizá demasiado, que incomoda. Adicto a los videoclubes, a los spaghetti western, a las artes marciales y a la cultura popular. Les invito a descubrir hoy en el Séptimo A al sorprendente cerebro de Quentin Tarantino. Un viaje a sus neuronas a través de sus metrajes.
Saltó a la fama con ‘Reservoir Dogs’ en 1992. Bendito cinismo, bendito humor negro y benditos hombres canallas trajeados. Y no es de extrañar que el propio Terry Gilliam (Monthy Python) estuviera tan entusiasmado con la idea de la película de Tarantino (si se fijan en los títulos de crédito, aparece en los agradecimientos).
El rodaje estuvo repleto de anécdotas, pero quizás, lo más llamativo, es que todos, repito, todos los actores de la película pasaron por el calabozo en algún momento de sus vidas. Tal era el excentricismo de sus vidas que el mismo Tarantino tuvo que pagarle la fianza a Lawrence Tierney porque, digamos, “presuntamente”, le había apuntado a su sobrino con una pistola en la cabeza.
Dejando a un lado las diversas fechorías, en esta película ya se vislumbra la maquiavélica y brillante mente del director. Su manera de servirse tanto de la música como de los silencios, los diálogos aparentemente innecesarios, casuales, tan repleto de connotaciones… elementos que conforman su perfecta visión tan natural de un mundo improbable, que consigue hacer que nos creamos cada una de sus situaciones.
Quisiera convencerles de que, les guste o no la sangre, sus cintas no son solo puñetazos y palabrotas -se cuentan hasta 200 “fuck” en algunas de ellas-. Son el fruto de una milimétrica simetría de ingredientes que solo la mente de un genio sería capaz de emulsionar.
En 1994 llegaría ‘Pulp Fiction’. La carátula de cine más célebre. El papel de Jules lo escribió para Samuel L. Jackson. Y yo también caí en la trampa de buscar el pasaje de la Biblia que recita en aquella habitación: no existe, se lo inventaron ellos dos. Volviendo al tema de las conversaciones aparentemente casuales, ¿recuerdan aquella que mantiene Jackson con Travolta en el ascensor? Si se fijan, Tarantino tiene un fetiche con los pies. Aparecen en algún plano en prácticamente todas sus cintas. Y, si lo piensan bien, tiene mucha razón en definir un masaje de pies como algo realmente íntimo. Y Uma Thurman, su eterna musa, al parecer los tiene bastante largos. Una musa que, sin embargo, se hizo mucho de rogar hasta aceptar el papel. Tarantino insistió tanto que tuvo que leerle el guion entero por teléfono.
Volvamos a la mente del director: es tal su precisión que la escena de la adrenalina fue rodada al revés para obtener mayor realismo (prueben a darle marcha atrás). Tan perfeccionista que llegó a inventarse su propia marca de tabaco, ‘Red Apple’, que sale en ‘Kill Bill’, ‘Four Rooms’, ‘Reservoir Dogs’, ‘Pulp Fiction’… no me digan que no es meticuloso.
Es un amante del cine clásico, aunque remodelado. Lo hizo más “cool”. El famoso baile de Thurman y Travolta, de hecho, está inspirado en ‘Ocho y Medio’ de Fellini y en ‘Bande à part’ de Godard. A Uma le daba mucha vergüenza bailar, al parecer, porque Travolta lo hacía demasiado bien. Por ello les descalzó, para que ella se sintiera un poquito más cómoda.
Saltemos hasta Kill Bill para demostrarles cuán metódico podía llegar a ser Quentin: si se fijan, cuando pelean O-Ren Ihii y Lucy Liu, esta le dice “no durarás más de 5 minutos”. Efectivamente, la secuencia termina en 4’50”.
Nota para frikis: no es cierto que el nombre de Beatrix Kiddo no se desvela en el Volumen 1. Miren bien en el billete de avión cuando se va a Okinawa… rebuscado, sí, pero allí ya figuraba. El nombre surgió durante el rodaje de ‘Pulp Fiction’. Parte de la película, de hecho, se fraguó allí. Y si antes comentábamos los magníficos diálogos de los metrajes tarantinianos, los silencios también son fundamentales. De hecho en ‘Kill
Bill Volumen 1’ Uma Thurman no se pronuncia demasiado -con palabras-. Ella lo contaba en entrevistas, su inspiración era Clint Eastwood en ‘El bueno el feo y el malo’: esa capacidad de expresar tanto sin decir absolutamente nada. Les dijimos al principio que adoraba las artes marciales. El traje de Uma es idéntico al que utiliza Bruce Lee en “Game of Death”.
La elección de los actores siempre fue la más acertada. Los diálogos que escribe consiguen que sus intérpretes alcancen el clímax de sus posibilidades. En ‘Malditos Bastaros’, guion que tardó 10 años en escribir y cuyo final, por favor, es fascinante- DiCaprio sangró de verdad al romper el vaso con su mano. La sangre que ven no es caracterización. Eso sí es profesionalidad.
Muchos críticos de Tarantino se regodean en su supuesto declive exponencial. No es del todo cierto. Tarantino sabía delegar, y el montaje de sus cintas estuvo siempre a cargo de Sally Menke. Pero falleció repentinamente. Si notan algo distinto en las cintas de Tarantino después de ‘Malditos Bastardos’, esto es por ella. Faltan sus manos, falta su arte.
Busquen detrás de cada escena y cada diálogo, escudriñen cada ínfimo detalle, porque siempre esconde una razón. En el cine cada color, cada segmento, cada objeto expuesto en planos nos está contando algo. Posee una propia historia escondida. Nada está seleccionado al azar. Por ello es maravilloso poder volver a ver ciertas películas, porque siempre se encuentran detalles que el director esconde solo para los ojos más curiosos, aquellos más pacientes, los más sedientos. Y por eso, señores, es un sacrilegio ir al lavabo en medio del cine o charlar durante las películas: se están perdiendo detallitos muy valiosos que alguna mente prodigiosa ha querido colocar allí, para su mero deleite. Y este ejercicio de atención puede darles curiosos frutos con las cintas de Tarantino. No queremos desvelarles más curiosidades para que no les corroa el spoiler. Tómense su tiempo, siéntense en el sofá y disfruten lentamente del universo que emana cada único metraje.