Entró por la puerta con la pierna izquierda amputada y decenas de puntos esparcidos por todo su cuerpo. Su mujer, al verle, comenzó a llorar. “¡Que se calle de una vez o la tiro por la ventana!”. Si esto les espanta, aguarden una línea más: “¡Mira, papá, no lleva Niqab!”, “¡pues pégale un tiro!”. Esto le dijo el padre a su hijo al ver a su hermana pequeña de dos años sin el velo. De dos años. Sin el velo. Y es el menor de los latigazos a la decencia que muestra el documental ‘Of Fathers and Sons’, de Talal Derki, año 2017, proyectado durante este 16 Festival Internacional de Cine Documental (Documentamadrid 2019) en el ciclo ‘Escenarios de guerra’.
En la presentación, un vívido debate sobre los cómos y porqués de la mano del premio Pulitzer Manu Brabo, Guillermo Altares (El País), Chema Conesa (Comisario “Creadores de conciencia”), Esther Rebollo (Jefa de Internacional EFE), Francisco Marise (cineasta y director de “Para la guerra”) y Laura Moreno
(Médicos Sin Fronteras).
Profundicemos en este documental. Derki consiguió infiltrarse en una familia perteneciente a Al-Nusra, en las inmediaciones de Siria, concretamente en un campo de entrenamiento para jóvenes promesas de la Yihad. Vamos, que niños de hasta 5 años. Cámara en mano, les acompaña durante más de dos años,
enmascarando su desdén, silenciando su rabia, asustándose por las entrañas sin que cause el menor ruido, estremeciéndose callando. “Para hacer el documental firmé un contrato con la muerte”, titulaba El País. De ser descubierto, se imaginan el final del cuento.
Les recomiendo la visualización no solo por los tantos premios que le otorgaron - muestra de excelencia-, sino por la calidez con la que relata tal sorprendente frialdad. Un plano en concreto me dio una acidísima bofetada. Un grupo de niños vestidos de combatientes, con pasamontaña en el rostro, en fila india, erguidos, sus trajes son de un par de tallas más, andan rápidos, decididos. Y a unos 100 metros,
otros dos niños. Con vaqueros. Libros en mano. Dos universos paralelos cruzando la misma calle naranja.
Juegan a la guerra. Hacen bombas en botellas. Decapitan pájaros, “¡Mira, papá! ¡Como hiciste tú con aquél hombre!”. Espeluznante. Ni la ficción más desquiciante alcanza límites tan atroces. Porque esta es la realidad, señores. Una realidad que, en ocasiones, aburre y carga, pero no la olviden. Allí está. Y gracias a valientes como Talal, podemos palpar, aunque sea durante 98 tímidos minutos, un atisbo de empatía.
Si ustedes también se consideran observadores clínicos del carnaval humano, este ciclo Escenarios de Guerra está a su disposición hasta el 19 de mayo en la Universidad Complutense de Madrid y en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes. Si no se encuentran en Madrid, sobran las recomendaciones para que se adentren en títulos como ‘Let There Be Light’, de John Huston, ‘Still Recording’, de Guiath Ayoub y Saeed Al Batal, ‘Sbrenka’, de Nebojša Slijepčević, ‘East of War’, de Ruth Beckermann, o ‘Para la guerra’, de Francisco Marise. Entre otros, porque seguiría atosigándoles a títulos, pero no quisiéramos perder lectores.
Preguntado acerca de la empatía en este tipo de trabajos, Manu Brabo, fotoperiodista y premio Pulitzer respondió: “Ya te acostarás con tus fantasmas… pero se trata de tener empatía suficiente para saber cuándo van a doler las cosas, y frialdad suficiente como para coger las cosas en el momento que más van a doler”.
Ojalá nunca pierdan la voz.