Vamos a aprovechar la resaca de los Oscar para hablar de películas sobrevaloradas. Por supuesto, para gustos colores y tonalidades, y toda opinión es perfectamente cuestionable. Si sucede en política, imagínense en el arte. Existen, eso sí, parámetros universales, llamémoslos “valores” artísticos, que inducen al público a catalogar ciertas películas como “buenas” o “malas”. Pero indaguemos unos segundos en algunas de estas supuestas “obras de arte”.
Lejos de excederme en las comillas, quisiera primero indicar que las siguientes cintas, todas, albergan grandiosas cualidades. Condición que, sin embargo, no las exime de haber estado, quizás, un poquito, ligeramente, de manera abismal, sobrevaloradas.
Empecemos por la que me causará mayores palos: ‘Roma’. Sí. La película del año. El ensueño de Cuarón. La piedra filosofal del 2019. La protagonista de los bares hipster. La tarjeta de visita de los intelectuales de Instagram. Seguro que la han visto. Hasta los hijos que todavía no tengo ya la han visto. Técnica impecable, cine al estado puro, elegancia en cada plano, costumbrismo escenificado. Los actores desprenden una naturalidad más real que la propia verdad. ¿No se les ha hecho un poco larga? Me explico y me defiendo: soy admiradora de la lentitud rítmica, pero, en ciertas secuencias, la historia viene narrada con tanta parsimonia, que algunas mentes pueden desconectarse. ¿Es realmente tan buena o es buena porque se
estrena ahora? ¿Se alcanza la excelencia por el objeto en sí mismo, o por el condicionante de sus circunstancias? He rebuscado críticas negativas, pero, lo admito, no las he encontrado. Pero me mojo argumentando que, pese a su dulzura, me resulta, en ocasiones, frágil. ¿La verían más de dos veces? No sé yo.
Una persona muy querida me dijo un día: “yo catalogo a las personas según su crítica a ‘El árbol de la vida’”. Me agencio la frase. Me cuesta creer que, de repente, a todos les gustan esos interminables planos de estrellas y meteoritos moviéndose lentamente, lentamente, lentamente, a lo largo y ancho del
Universo. Una mística cansina de sobreexitación egocentrista. No todo es poesía. Malick juega a menudo con nuestra paciencia, pero aquí, seamos sinceros, se ceba. Diferenciemos arte de entretenimiento, de acuerdo, pero, una vez más, la mente acaba divagando, aunque fuera de sus planos, porque una historia no puede
alejarse tanto de su clímax, no puede durar más el envoltorio que el regalo.
‘La La Land’. ¿En serio? Dejemos de lado la calidad artística de Chazelle, que resulta sublime en prácticamente todas sus obras. Pero la historia no puede ser más convencional. Los Ángeles. Aspirante a actriz. Chica conoce a chico. Se rompe la relación. Fin. El cliché más estirado de la historia de la humanidad reconvertido en musical. Ojo, la escenografía es grandiosa, pero no tiene nada que envidiarle a
otros cientos de musicales con mayor profundidad narrativa, psicológica, personal y hasta auditiva. Una complexión de lo más corriente, naif, sencilla y repetitiva. ¿Que le dio color a una época de grises? Sí. Pero, ¿de veras es condición suficiente para la psicosis lalandiana que se produjo tras su estreno? Otra vez, no sé yo.
‘La forma del agua’. Del Toro es un genio. Es capaz de aterrorizarnos con dulzura y con sosiego. Es nostálgica entelequia. Pero, nuevamente, nos encontramos ante una obra predecible ya desde sus primeros títulos de crédito. Una pena, la verdad, porque su azulada atmósfera es tremendamente atrapante. Podría haberse profundizado más en el guion. Una buena obra debería pivotar entre su condición artística y su implicación narrativa. Cuando uno de los dos pilares flojea, su altura se disipa. Y quizás haya sido el mayor fallo de esta cinta. Una caricatura Disney de una historia que podría haber flotado eternamente sobre sí misma. Se anhela más misterio.
‘Lady Bird’. ¡Venga ya! Con la de obras maestras adolescentes que circulan por plataformas, ¿tanto revuelo por este insolente cliché? ‘Juno’, ‘Al filo de los diecisiete’, ‘Las ventajas de ser un marginado’, ‘El club de los cinco’… hasta ‘Thirteen’ posee más chicha. Una película superficial, de gafas de pasta sin lente, de
tobillo al aire en invierno, de jersey de renos. El existencialismo más vacuo, fácil y sencillo. Aunque, todo hay que decirlo, Saoirse Ronan desprende mucho magnetismo. No existe mejor rostro que el suyo para encarnar tanta desfachatez. Es complaciente, pero no busquen mucho más.
Y podrían reemerger así más títulos, desde ‘Moonlight’ hasta ‘El Renacido’, desde ‘Argo’ hasta ‘Nymphomaniac’. Metrajes que por supuesto merecen el aplauso, pero no tan febril como para implicar halagos. Tenemos a disposición infinitas fuentes de entretenimiento, arte y narración. No tropecemos entre tanta compasión.