“Parecemos piratas somalíes acechando un pesquero”, comenta Fernando, el técnico de Hispasat que hace posible que tengamos Internet para enviar las crónicas y para realizar las videoconferencias con los padres de los ruteros. Su comparación es exagerada pero tiene algo de verdad porque la Ruta BBVA sube a bordo del BAP (Buque de la Armada Peruana) Eten desde varias lanchas que lo rodean.
Toda la Ruta sube a bordo de este buque construido en 1952 en EEUU y que, dicen, participó en la Guerra de Corea, un dato que el capitán no nos confirma. Los norteamericanos lo transfirieron a Perú en 1984 junto a tres buques del mismo tipo. Dos de ellos ya están en el desguace y puede que al Eten no siga mucho tiempo más surcando las frías aguas del Pacífico peruano.
Embarcamos con recelos. Andrés Ciudad, subdirector de la Ruta, nos ha dicho que para las 24 horas que estaremos embarcados esperan "mareas vivas" y un compañero de La Vanguardia nos informa de que un titular de un periódico peruano reza "Anómalo oleaje". Tras el rescate del Quehuisha, ¿qué será lo próximo? ¿Un iceberg? Mientras esperamos a ver lo que nos depara el trayecto marítimo, nos atiborramos de biodramina.
En Paracas, embarcamos en grandes lanchs que nos llevan al barco. Desde allí salen también las barcas turísticas para las Islas Ballestas donde pueden verse gran cantidad de animales marinos. Pero hoy el puerto está cerrado por el temor a las mareas vivas. Somos los únicos que tenemos permiso para hacernos a la mar y eso no hace que despertemos las simpatías de los lugareños.
El Eten mide 113 metros de eslora y 13 ancho. Navega a unos 7 nudos de velocidad, pero en óptimas condiciones puede llegar a los 11 ó 12. Es un barco construido para transportar personal, vehículos, armamento militar o ayuda humanitaria, explica el capitán de fragata Rafael Acevedo, que tan sólo lleva al mando del Eten desde el 1 de julio.
El buque es una pequeña fábrica: tiene sus motores, sistemas eléctricos y electrógenos, y hace su propio mantenimiento. Tiene autonomía para 30 días. Participó en la ayuda a Pisco tras el grave terremoto de 2007 llevando medicinas y alimento a la ciudad desde Lima. Perú se encuentra en el cinturón de fuego del Pacífico y está expuesto a terremotos de gran magnitud. “Pueden darse en cualquier momento”, apunta Acevedo.
Foto: Ángel Colina
La vida de los 96 tripulantes del buque se ve alterado por la llegada de 203 jóvenes, organización de la Ruta y periodistas. Se nota que nos esperaban porque aún huele a pintura y la gran bodega está llena de mesas y sillas montadas como en un comedor.
Lo primero que hace la tripulación es asignarnos las balsillas que nos corresponden en caso de tener que desembarcar. Algo que, unido a las mareas vivas, no es que nos tranquilice precisamente.
Tras el largo embarque, nos llevan al lugar donde dormiremos. He tenido suerte. Duermo en una camareta (un camarote) con otras tres compañeras. Una monitora me lleva a los dormitorios de las chicas. Hay uno de 28 ocupantes, pero también se ha destinado para ellas una enorme sala de 102 plazas. Los chicos duermen en el otro lateral del buque, también en enormes dormitorios de literas de entre 80 y 20 plazas. Agobian un poco: las literas son muy estrechas y hay muy poco espacio entre unas y otros. Al situarse en horizontal, la cara apenas tiene espacio delante hasta la litera de arriba.
Las ruteras me cuentan que es complicado subirse a la de arriba pero, que ahí, al menos hay más espacio hasta el techo, aunque tengan que esquivar tuberías. Comento que la litera de abajo está muy cerca del suelo y que será difícil acceder a ella. Una chica, alegre, cree que es más fácil que la de arriba. Para mí, cualquiera de las cuatro que hay en la columna me parece difícil. Incluso veo complicado darse la vuelta. La monitora me señala el suelo. Está caliente y se oyen ruidos. Debajo de nuestros pies tenemos la sala de máquinas.
Después me dirijo a los baños. Ya hay cola. Tres tazas de wáter, separadas por tres cortinas para unas 150 mujeres. ¡Esto va a ser complicado!
Foto: Ángel Colina
Mientras bajo unas escaleras oigo a una rutera comentar: “Me recuerda a una película de esas de esclavos”. La verdad es que se nota que se trata de un barco de transporte porque no hay mucho sitio para la vida de la tripulación. “En el momento en el que fue construido se requería que pudiera transportar mayor volumen y eso supone sacrificarse por el transporte de personal y material”, explica el capitán.
La primera comida la hacemos tarde tras el largo embarque. Es copiosa: sopa, ceviche, arroz y pollo y de postre, mazamorra, una especie de gelatina dulce típica peruana. También para beber algo típico: chicha morada. Se hace con agua, canela y maíz morado. Todo servido en bandejas de rancho militar que le dan un aspecto gris a toda la comida.
Nos morimos por una botella de agua. Los chavales se atreven a llenar las cantimploras del baño y añadirles una pastilla potabilizadora. Como si fuera algo clandestino, nos enteramos de que hay una cantina. Al llegar allí descubrimos un quiosquillo en el que comprar agua, coca colas, patatas, galletas y poco más.
Subir a cubierta es un placer. El aire frío aleja el olor a pintura y es agradable sentir espacio e inmensidad a tu alrededor. El cielo está nublado y el mar aparece gris. Aún así se siente placer en permanecer allí observando el horizonte y poco a poco la cubierta se va llenando de gente.
Aunque estaba prevista una charla sobre el cielo del sur de la mano del astrónomo Javier Armentia, el tiempo no lo permite. Está muy nublado. Así que hay varias charlas, tres de ellas, impartidas por profesores de la Universidad Científica del Sur, sobre biología marina y sobre la Antártida. Otra la importe la profesora Pepa Iglesias, de la Universidad Complutense de Madrid y trata del proceso de momificación o de conservación espontánea en América. Parece despertar el interés de los chicos que, tras acabar la conferencia, la rodean para hacerle más preguntas sobre momias.
Más comida en bandejas de metal y nos vamos a dormir tras esperar que todas las chicas acaben en el baño. He tomadoo dos biodraminas y el mareo no aparece. Buena señal. Tumbada en la litera, el vaivén del buque se nota más. Pero, salvo algún momento más intenso, es agradable y ayuda a dormir.
Por la mañana, nos despiertan los titiriteros de la Ruta con duzaina y tambor. Y para el que se anime, hay aeróbic en cubierta de la mano de una de las monitoras. Salvo varias personas con caras de mareo sentados en el lateral, un grupo abundante de gente sigue la coreografía con mucho ánimo y haciendo frente al frío mañanero.
Foto: Ángel Colina
Tras estos momentos para entrar en calor, el desayuno, algo austero, con ‘jugo’ pero sin café, llena los estómagos antes de iniciar el taller del día de hoy: avistamiento de aves y animales marinos. Con prismáticos y ayudados por Bernabé Moreno, profesor de la Universidad Científica del Sur, intentamos divisar algo entre las aguas del Pacífico. ¡Hay suerte! Vemos focas y leones marinos, además de pelícanos y otras aves. Parece un buen presagio.
Foto: Ángel Colina
Con tan solo media hora de retraso, llegamos a El Callao, donde nos reciben autoridades de la Marina peruana y de la Embajada española. Nuestra aventura marítima por el Pacífico ha terminado sin divisar ningún iceberg.
Foto: Ángel Colina