Cuando todavía no han salido ni los primeros rayos del sol, los más de 250 ‘ruteros’ se ponen en marcha al son de Jesús Luna, jefe de campamento, que les da los buenos días megáfono en mano por décima vez consecutiva en esta Ruta Quetzal 2011.
Un nuevo día comienza y el reto no es apto para todos: subir desde la localidad de Tingo hasta Kuélap, una ciudadella fortificada a más de 3.000 metros de altura.
Con los ánimos más subidos que nunca, los ‘ruteros’ comienzan a desmontar el campamento antes de iniciar la gran marcha. Tras desayunar, todos los expedicionarios empiezan la gran ascensión que culminará después de más de cinco horas.
Los primeros pasos eran relativamente fáciles, con subidas y bajadas más o menos pronunciadas, pero a medida que se ascendía, las fuerzas de alguno empezaban a flaquear. Por el camino se quedaron unos cuantos, mientras el resto seguía con la marcha que cada vez se hacía más y más complicada.
Con rampas casi imposible, con piedras traicioneras pero con las ganas de subir a lo más alto, los expedicionarios, mochila y cantimplora a mano, continuaban paso a paso.
Mientras, en Kuélap, el resto de organización y parte de la prensa esperaba a los valientes que se atrevieron a ‘escalar’ la escarpada montaña.
Los primeros empezaron a llegar con cuentagotas. Las caras reflejaban el cansancio de cinco horas ininterrumpidas de dura caminata. Sin embargo, el esfuerzo mereció la pena. La recompensa tenía forma de ciudadella con interminables murallas que escondían parte de la cultura chachapoyas.
Tras descansar unas horas y cuando la noche empezaba a caer, la prioridad era montar, una vez más, el campamento. Las tiendas de campaña pronto tiñeron de azul el césped que rodeaba la fortificación.
Únicamente con la luz de las linternas, los ‘ruteros’ hacían cola para recibir la cena. Después, con el estómago lleno y con la luz de la luna y las estrellas, Javier Armendia, intentó dar una clase magistral de astronomía aunque las nubes obligaron a adelantar la hora del sueño...
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