Cuando hablamos de ‘huaca’ no nos referimos únicamente a la archiconocida canción de Shakira. Más allá de las posibles connotaciones futbolero-musicales, este término significa algo radicalmente distinto para la cultura moche, arraigada en la costa norte de Perú desde el siglo I hasta el VIII d.c..
Las ‘huacas’ son los templos sagrados de los mochicas, impresionantemente conservados pese al paso del tiempo.
Hasta hace relativamente poco (menos de 15 años) la ciudad de Huanchaco, situada en la provincia peruana de Trujillo, escondía dos importantes yacimientos que ahora vuelven a ver tímidamente la luz gracias a los minuciosos trabajos arqueológicos.
En Huaca La Luna, los mochicas veneraban a su Dios de la Montaña, también conocido como el Degollador arácnido o Ai-Apaec en un impresionante templo que conserva sus cinco pisos originales decorados con coloridos y laboriosos frontales.
Así, según cuentan los investigadores, en este templo, aquellos que se enfrentaran en batalla y terminaran perdiendo eran sacrificados como tributo al dios todopoderoso.
En estos casos, los hombres eran cruelmente degollados y enterrados, posteriormente, en fosas comunes.
A unos cuantos kilómetros de distancia de Huaca La Luna, una carretera difícil de transitar lleva hasta Huaca El Brujo. En este complejo de dimensiones y relevancia mucho mayores que el anterior, la historia se repetía. Los hombres se convertían en el sacrificio que ofrecer a las deidades.
En este yacimiento, erigido a sólo unos metros del Océano Índico, los mochica enterraron a su más alta jerarquía y la Señora de Cao es una muestra de ello.
Se sostiene que esta mujer, fallecida cuando estaba dando a luz a los 24 años, contenía todos los atributos para ser una gobernante. Las coronas con las que fue enterrada y los numerosos objetos de oro que yacían con ella corroboran que así fue.
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