Barro, sudor y mosquitos en el Darién
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Cada día que pasa de la Ruta Quetzal BBVA se suma una experiencia más a las vidas de los ruteros, y las dos jornadas que los expedicionarios han pasado en Sinaí son una prueba de ello. Después de remontar el río Chucunaque y poner los pies en Playona, lugar de asentamiento de la etnia indígena de los emberá, nos hacemos una idea de lo que nos van a deparar las próximas horas.
Las casas construidas sobre pilares de madera, los tejados de palma, la cálida y tímida sonrisa con la que nos reciben sus habitantes (aún desconcertados por la llegada de unos 300 desconocidos a su pueblo), los juegos de los más pequeños, sus pinturas en el cuerpo… Todo nos hace comprender que serán dos días especiales.
Pero nuestro contacto más directo con los indígenas panameños tendrá lugar en Sinaí, donde vive la etnia wounaan. Para llegar hasta allí nos esperan unas 7 horas de tortuosa y embarrada caminata. El calor sofocante, la humedad extrema y los cientos de mosquitos morrongoi que nos acribillan desde el momento en que ponemos un pie en la selva, hacen presagiar que la jornada será dura.
Comenzamos la marcha hacia Sinaí siguiendo el mismo caminoque hace 500 años abrió Vasco Núñez de Balboa en su expedición por la selva del Darién. Avanzamos lentamente, custodiados en todo momentos por la Unidad de Fronteras de Panamá, por un camino sembrado de barro que hace que cada paso sea más complicado que el siguiente, las botas literalmente pegadas al fango hacen que abrirnos paso por la espesa jungla panameña sea una tarea agotadora.
La frondosa vegetación de la selva del Darién, de un intenso verde, nos muestra un paisaje desconocido en el que cuesta fijarse porque, irremediablemente, la vista se centra en los pies atrapados por el fango. A los pocos minutos de comenzar la marcha, el barro nos llega ya por los tobillos haciendo decaer el ánimo de algunos ruteros.
Tras casi dos horas de marcha y solo unos dos o tres kilómetros avanzados, a la cabeza de la expedición llegan las noticias de que un grupo se ha perdido tomando un camino equivocado. El incidente, sin mayores consecuencias que una hora extra de caminata para los despistados y el con siguiente deterioro de sus fuerzas, nos retrasa más de lo debido, más aún con el cielo amenazando lluvia.
Tras parar para comer, los ruteros continúan el camino que transcurre por el bosque húmedo tropical, algunas de cuyas especies alcanzan 40 y 50 metros de altura. A estas alturas de la jornada el barro ya nos llega casihasta las rodillas, y las fuerzas flaquean por el esfuerzo extra que hay quedar a cada paso.
Pero poco a poco se acerca nuestro destino, así nos lo hacen saber algunos niños wounaan que, montados a caballo, ayudan a llevar al poblado las mochilas de los ruteros más mermados. Tras unas 7 horas de dura marcha, aparece ante nuestros ojos la comunidad de Sinaí. Desde las casas de madera asoman sus habitantes dándonos una tímida bienvenida. Acabamos de llegar al lugar que en los próximos dos días será nuestro hogar, porque así nos hacen sentir sus habitantes.
Un baño reparador en el río Membrillo, bajo la desconcertada mirada de nuestros anfitriones que observan desde la distancia como ruteros, monitores y periodistas nos lanzamos hasta con las botas puestas a sus aguas, nos hace olvidar la dura jornada por la impenetrable selva del Darién.
FOTOS: ÁNGEL COLINA