Minas bajo el mar
Concepción (Chile), 22-23 de diciembre. Al regresar del archipiélago de Juan Fernández, pisamos de nuevo el continente en tierra mapuche, el pueblo indígena de la región de la Araucanía. Desembarcamos del buque Valdivia en Tehualcano, ciudad puerto donde nos despedimos de la tripulación con fotos y agradecimientos: ha sido una experiencia mutua poco común la vida a bordo de un buque de guerra.
Muy cerca está la ciudad de Concepción, la segunda más grande tras la capital Santiago, y desembocadura del río Biobio. Es nuestro último destino en estas tierras chilenas y el punto de partida para una visita singular: las minas de carbón de Lota, pueblo minero junto al Pacífico. Y eso le da una particularidad única según cuentan los que fueron sus trabajadores: es la única mina de carbón del mundo que discurre por debajo del nivel del mar y la única que tiene ventilación natural.
Visitamos la mina del Chiflón del Diablo (llamada así por ser subterránea y por el silbido del viento en las galerías) de la mano de un antiguo minero, es la fórmula habitual desde quedó de sacarse carbón y la mina se abrió a los turistas. El que nos guía al grupo de periodistas se llama Roberto Rojas, que extrajo con sus propias manos el negro mineral durante 27 años. Detrás de nosotros bajan los grupos de ruteros.
Equipados con casco, batería y linterna, descendemos en grupos de cinco en una jaula a 20 metros de profundidad. Desde allí el camino es una pendiente que nos lleva a recorrer 800 metros bajo el agua del Pacífico. Enseguida aparecen las vetas, anchas, con un color y un brillo bien definidos. En estas galerías se trabajaba casi de pie, pero en un punto experimentamos la dificultad (y la angustia) de movernos por una galería de apenas un metro de alto, que nos obliga a andar en cuclillas, donde los mineros trabajaban arrodillados hasta 12 horas al día.
Rojas explica con entusiasmo las condiciones de esclavitud que iniciaron la explotación de la antracita bituminosa (carbón de excelente calidad), para los adultos y para los niños que entraban en la oscura mina con 9 años y trabajaban muchas veces atados para evitar que huyeran (Lota fue un pueblo sin infancia durante muchos años de minería).
Durante más de un siglo la mina de Lota perteneció a la familia de Matías Cousiño, fundador de una dinastía empresarial que cedió al estado la mina en 1970. Todo en este pueblo minero recuerda este apellido, y muy cerca de la boca del pozo se encuentran los jardines del que fue palacio familiar, hoy una muestra pública de la botánica de varios continentes.